30 de junio de 2009

LA FOZ DE TOLIVIA

De la cuerda que une el pico Subes y el Sen de Los Mulos se abren una serie de canales en su vertiente oriental, que confluyen en los alrededores del pueblo abandonado de Tolivia dando origen a la riega de Las Cruces. Tras unos centenares de metros sin un cauce definido y generalmente seco, dicha riega se topa de bruces con una considerable banda caliza en la cual se encaja, dando cuerpo a un bonito cañón hasta su desembocadura en el río Mojizo (tributario del Sella por su izquierda orográfica). A pesar de tratarse de un corto descenso, su ubicación hace necesario disponer de un buen margen de tiempo para completar la jornada, dejando al final un gran sabor de boca cuando, como nos pasó a nosotros, disfrutas de un espléndido día de sol y los sentidos no dan a vasto para captar tantos y tantos matices engranados por la naturaleza con tal habilidad.

Iniciamos la ruta en un apartadero de la carretera en la vertical sobre el conocido Puente Vaguardo. Desde allí, cruzamos el Sella y comenzamos unos buenos repechos hasta alcanzar un puente colgado a muchos metros de altura sobre el río Mojizo (Puente Espina), casi en su desembocadura. El camino sigue su rumbo cogiendo altura y llevándonos, sin perdida posible hacia Tolivia. El impresionante paisaje pongueto hace llevadera la subida y no paramos de sacar fotos y hacer comentarios sobre las posibilidades de las canales, cumbres, cañones y ríos que se pueden observar durante todo el trayecto. En menos de dos horas estamos a las puertas del pueblo (como Aníbal el Cartaginés) decidiendo si lo invadimos o lo evitamos. El ejército de ortigas, tamaño Gasol, hacen que tomemos precauciones y nos ponemos los neoprenos, aun a riesgo de morir asfixiados, para evitar ortigarnos hasta las orejas y poder así atravesar estas ruinas cubiertas de maleza en busca de la riega. Extraño panorama pasar entre las abandonadas casas de esta aislada localidad y darte cuenta al primer vistazo (Escuela, iglesia, casas enormes, etc), de su importancia en épocas pasadas.

Nada más pasar el pueblo, viramos radicalmente el sentido de nuestra marcha y nos tiramos valle abajo siguiendo el supuesto cauce de Las Cruces, aunque durante un buen trecho apenas está marcado y por supuesto no lleva agua.
Seguimos con los “neo-saunas” puestos debido a la gran cantidad de maleza y según avanzamos parece que vamos a encontrar de todo menos un cañón con agua. Después de un “agradable” rato jugando con nuestra amiga la flora por fin se vislumbra una pared rocosa y el tema va cogiendo forma…. Sin agua, pero con forma. No tardamos en localizar la primera instalación de rápel, bueno en realidad, no tardé en localizarla, porque Justín se me retrasaba y cuando al final nos juntamos traía una cara desencajada como un muerto… en un destrepe se le movió el casco (que llevaba mal colgado fuera de la mochila) y lo que supuestamente te protege la cabeza hizo la función opuesta y lo dejó un poco tocado. En cuanto estuvimos operativos, comenzamos a superar los primeros resaltes, en seco, pero metidos de lleno en un barranco en toda regla, es decir, muy bien esculpido y sin tiempos muertos. Nada más superar el segundo rápel llegó a nuestros oídos el sonido más esperado del día (y que no eran precisamente los generados por el propio organismo humano)…El agua… abundante y fresca, brotaba con bastante fuerza de una surgencia en la base del tercer rápel dándole el punto que le faltaba al descenso. A partir de este momento, el generoso caudal nos hizo disfrutar como verderones del resto del barranco uniéndose a la fiesta, un poco más adelante, una cubierta vegetal digna de los trópicos a medida que las paredes calizas iban dejando paso a un tramo más abierto, alcanzándose el colofón a todo este embrollo natural con una cascada de unos veinte metros tapizada de musgo, ya sobre el río Mojizo.
Desde la base de este resalte, el mayor de toda la actividad, solo nos queda seguir el curso del Mojizo, dejándonos envolver por el colorido bosque de primeras y seguidamente, por una zona encajonada preciosa justo debajo de Puente Espina y con la particularidad de encontrarnos con una oquedad gigantesca en el margen izquierdo, de la que nos fue imposible sacar una foto decente debido a la falta de luz y a la enormidad del fenómeno. Pasado este espectáculo, la entrada en los dominios del Sella es inminente, quedando remontar por donde podamos hasta Puente Vaguardo, dando por finalizada una jornada de lo más completa (bueno, en realidad la jornada suele finalizar en cualquier chigre tomando birras y soltando babayadas, pero oficialmente ya se había terminado).

Para realizar este descenso en condiciones hay que tener en cuenta, pero que muy en cuenta los caudales del Sella y del Mojizo, pues tendremos que lidiar con ellos y aunque en condiciones de estiaje no ofrecen dificultad alguna, todos conocemos de sobra como se las gastan en crecida o con caudal fuerte y estaríamos totalmente vendidos nada más salir de la Foz de Tolivia, eso sin contar con el funcionamiento hidrológico de la surgencia que nutre de agua este descenso… si ya tira agua con ganas en pleno Agosto, en otras épocas, sobretodo en deshielo puede ser chunguillo el tema y en caso de tormentas repentinas es una incógnita porque no tengo ni repajolera de donde se encuentran los sumideros de dicho manantial.

ANGEL GARCÍA MADRERA

7 de abril de 2009

LA CUEVA DE LA LEZE

Menuda semanita por los Piris, nueve cañones en cinco días y aun nos faltaba el colofón a la aventura, que como habréis supuesto tan inteligentemente, se trata de la cueva/cañón del título (el próximo relato lo voy a escribir en formato adivinanza, a ver si lo acertáis de igual modo), pero bueno, al grano. En esos días, la climatología fue determinando nuestro rumbo a seguir, moviéndonos de un sitio para otro con la esperanza de disfrutar de los descensos sin pensar en rayos, truenos y trombas de agua, ya que de mano, nos había chafado todos los planes previstos y fabricados con tanto amor. En principio, teníamos pensado compaginar algunos buenos barrancos, Eriste, La Goufre D’enfer, como más importantes, con algunas ascensiones a las que habíamos echado el ojo tiempo atrás; la crestería de los Crabioules, Perdiguero, Taillon, etc, pero el puñetero tiempo, y mira que llevamos años yendo por allí, siempre nos toca las narices……un día bueno y tres horribles, ¡Me cago en tó! Acostumbrados a estos reveses, modificamos nuestras intenciones y decidimos atacar cañones de menor envergadura para evitar preocuparnos en demasía por las inclemencias meteorológicas. La ventaja de esta decisión fue la cantidad de preciosos descensos realizados. Después de trajinar por el pirineo aragonés y posteriormente desplazarnos a la sierra de Guara, metidos en el prepirineo, Paco Montesdeoca creyó conveniente largarnos de allí, así que buscamos refugio a mitad de camino entre Vitoria y Pamplona, con el tiempo más calmo y las intenciones de percutir en la cueva de la Leze.

Tomando la salida de Egino desde la Autovía y tras pasar el mencionado pueblo, alcanzamos un área recreativa de gran extensión al pie de la surgencia que mana de la cueva y, con la imponente boca de salida de la misma como regente y reclamo de la zona, plantamos el campamento base para la empresa que se llevaría a cabo al día siguiente. Un lugar perfecto para pasar la noche, con decenas de recovecos para dejar la furgo, agua potable, mesas y asientos, parrilla e incluso columpios para los más audaces. Cerveza no fue posible hallarla (hubiera sido la repanocha) pero ya nos habíamos encargado de este detallín con antelación y es que cuando queremos, somos más eficientes y previsores que los alemanes. En fin, todo un vergel donde explayar lo aprendido en el capítulo cinco de la Biblia del Buen Paisano: “Soltería forzada, causas y efectos. Justificación de procesos y conclusiones”. Con este pretexto, procedimos a montar el chiringuito desparramando todo el equipaje, pelearnos por buscar una u otra cosa, sacar las birras y el jale, libros, apuntes y cualquier cosa útil para hacer más llevadera la tarde. Algunas horas después, el cansancio acumulado en los días precedentes se fue abriendo paso, potenciado con la contundente cena y el jugoso lúpulo que traíamos a cuestas resolviendo, a tempranas horas por cierto, meternos en el sobre y descansar para afrontar con entereza la jornada vespertina.

No costó mucho esfuerzo levantarse por la mañana, de hecho, agradecimos madrugar. Parece ser que nuestra espalda no fue capaz de domar las irregularidades del raído colchón que llevábamos como lecho nupcial y enseguida nos brindó los buenos días a base de dolorosas palpitaciones lumbares. Una vez rehechos como seres humanos, esto es, desayunados, cagados y bien pertrechados, acometimos las duras rampas, que desde los primeros instantes, nos deberían acercar a la afilada divisoria de aguas donde nos recibiría un hermoso espectáculo, derivado de la amalgama de paisajes por los que tuvimos que transitar hasta meternos en faena. Así, desde los amplios páramos repletos de pastizales, pasamos a las ásperas laderas meridionales de la sierra donde predomina la roca descarnada, el monte bajo con las encinas como protagonistas y algunos de los arbustos pincha-patas que todos conocemos y que no se como carajo se llaman.

Una vez alcanzada la cimera del crestón calizo, dimos vista a la vertiente septentrional del crestón, una vasta extensión de bosque caducifolio acomodada a los agrestes contornos del terreno, haciéndosenos patente la poderosa influencia de un pequeño accidente del terreno, como es el caso de esta sierra, sobre el desarrollo de habitats completamente distintos en espacios muy reducidos al controlar la incidencia del sol, la retención de las nubes provenientes de la costa, etc, etc. A partir de esta escarpada ladera, en la que es necesario andar (o más correctamente destrepar) con mucho tiento, nos fuimos adentrando poco a poco en este frondoso bosque, (de tintes élficos) aprovechando ocasionalmente el potente e inclinado suelo de hojarasca para deslizar nuestros culos al suelo e improvisar unos cuantos toboganes que nos hicieron acortar el camino de llegada al sumidero. Éste fenómeno representa el punto de reunión de todos los regatos intuidos desde lo alto de la sierra (mirando hacia el Norte) bajo la imponente barrera caliza por la que se filtran. En total, tardaríamos una hora y cuarenta y cinco minutos en alcanzar el cauce del arroyo en las inmediaciones de la esbelta entrada, una altísima y estrecha diaclasa por donde se produce el paso al mundo subterráneo. Para acceder a ella, es necesario realizar un rápel, opcional, si se quiere hacerlo por el propio río a través de una bonita cascada (se trata del rápel más alto de toda la travesía, poco más de veinte metros) o bien en seco, desde una cornisa rocosa situada un poco más alta y casi en la vertical a la entrada. Nosotros, por supuesto, preferimos disfrutar del agua desde el inicio antes de darle a la iluminación eléctrica.

El tránsito a la oscuridad total se hace de forma gradual debido a la enorme boca que no solo se traga el agua, sino también la luz del sol, el aire… y de vez en cuando algún babayo que otro. Desde el primer momento, se van sucediendo resaltes y más resaltes, todos ellos de poca altura y bastante bien equipados. Los accesos a las cabeceras de las cascadas son seguros, con frecuentes pasamanos para cuando los caudales están alegres, por lo que la progresión se hace bastante dinámica, aun a pesar de disfrutar como enanos del agua y de la magnífica obra de ingeniería natural que es la Leze. Aunque todo el sistema sea escaso, por no decir nulo, en formaciones, nunca nos deja de asombrar el juego entre el agua y la roca…cómo algo tan duro como la roca y algo tan aparentemente endeble como es el agua se enfrentan durante miles y miles de años y al final siempre vence esta última….sin excepción. El único “pero” detectado a lo largo de toda la travesía es la otra obra de ingeniería (ésta artificial) que se desarrolló hace ya unos cuantos años y que supuso la instalación de una tubería metálica para la captación de agua y posterior generación eléctrica. En la actualidad, y desde hace bastante tiempo, esa tubería no está en servicio y debería haberse retirado en su totalidad y no, como está ahora, que tienes que sondear todas las recepciones a las pozas para evitar no escalabrarte con alguna pieza de la susodicha, pero bueno, tampoco está aquello como una chatarrería ni mucho menos…y la cosa se deja hacer sin problema, con cuidadín pero sin problema.

En total nos llevaría poco más de dos horas y media el comenzar a vislumbrar la luz del sol en el otro extremo de la cueva, quedando un único paso remarcable…un pequeño estrechamiento sumergido donde no te queda otro remedio que bucearlo para salir, algo muy del agrado de Justo, al que los sifones le ponen un poco nerviosillo. De todas formas, el paso es bastante corto y enseguida nos encontramos al otro lado del estrechamiento y muy cerca de salir del arroyo con el sol revitalizándonos por fin, después de una semanita bastante tímido.

Gracias al madrugón que nos pegamos, acabamos antes del mediodía y en reunión de emergencia, acordamos tirar pa Trubia, porque ya nos habían llegado a las pituitarias, los atrayentes aromas de la cocina de Ca’ Carmina, dando por finalizada así, la tradicional semana por los pirineos y sus alrededores (en esta ocasión).

ANGEL GARCÍA MADRERA

3 de marzo de 2009

EL POZO LA COGOLLA

La ignorancia es una fiel compañera de viaje del ser humano, cuida de ti y te hace indemne a los embates de la adversidad, guía tus pasos infinidad de veces y te aconseja en la toma de grandes decisiones (vean sino la cara del coleguilla Bush… ni un rictus de arrepentimiento en su hermética cara durante todo el mandato), pues bien, esto ocurre hasta que la muy puta decide mostrar su verdadera cara y te la mete doblada hasta los higadillos… ¡Buf!, ¡Vaya ostia en la rodilla!, En menudas divagaciones andas pin, centra un poco y mira lo que tienes entre manos, a ver si la liamos y acabamos en el hospital chupando sueros (habrá cosa mejor que esta tenebrosa soledad para disparar la imaginación… No se, a lo mejor la cerveza), así que termina de remontar este puñetero pozo, el último ¡Por fin!, antes de volver a la civilización. ¡Qué diantres! (siempre quise escribir ésto), no voy a ser yo el que reniegue de un viajecito al pasado, ¿Quién nos apura, no?, pues eso, voy a permitirme un receso entre pedalada y pedalada hacia la luz y hablaros acerca de aquel primer pozo unos cuantos años atrás… aquella primera vertical seria y todo un océano de ignorancia entre el fondo del susodicho y la superficie… pero déjenme, déjenme ordenar un poco el telar que tengo debajo del casco y, ya de paso, tomar un poco de aliento que buena falta me hace y Justo, espatarrado al sol unos veinte metros por encima de mí, seguro que no me echa de menos.

En aquella época apenas disponíamos de información cuevil, Cueva Huerta, algo por el Aramo y poco más, aunque tampoco nos importaba demasiado, ya que estábamos metidos de lleno en la escalada y el descenso de barrancos como para que nos inquietara mucho esta carencia. Tiempo después, no sé cuanto que mi memoria a largo plazo está de viaje y la de corto… bueno, nunca tuve el placer de conocerla, apareció mi hermano todo eufórico, con la noticia de una sima virgen en un pequeño pueblo de Belmonte (Ondes). Un compañero suyo de trabajo, Faru, le comentó la existencia de un famoso y legendario pozo, el Pozo La Cogolla, el típico agujero con pastorina defenestrada dentro y repleto de oro de los franceses. El caso es que teníamos algo entre manos lo suficientemente interesante como para no dejar pasar la ocasión de hacerle una visita de cortesía.

La localización y un tanteo inicial se lo comió Justo apoyado por Faru. Yo no recuerdo donde andaba ese día pero en cuanto me enteré del potencial aunamos fuerzas para conquistar sus tesoros.

Algunos fines de semana después nos presentamos en el pueblo todo gallitos y tras el obligado (y más que obligado) desayuno que nos preparó la madre de Faru procedimos a la búsqueda de la sima. No fue difícil dar con ella, a pesar de la abusiva cantidad de maleza antipantorrilla desarrollada desde entonces y que nos acompañó durante todo el recorrido. De forma repentina, el pozo La Cogolla mostró sus oscuros encantos sobre la densa cubierta vegetal, presentando un diámetro más que considerable, lo que suponemos lo hizo y hace funcionar como una trampa natural para despistados. Un delicado acceso por una inclinada playa de hierba nos dejó junto a un enorme árbol que hizo de seguro para la bajada y de balconada para observar mejor sus posibilidades. La fuchaca parecía no tener fondo o como dicen por los pueblos:
“tiras una piedra y piérdese el sonido oh”, así que desplegamos una cuerda de escalada de once milímetros de grosor y setenta y cinco metros de larga… ¡Ahí los valientes!, sacamos el resto de material y nos dispusimos a montar el tinglao para el descenso. Voy a hacer un inciso para sacar a colación el tema de la ignorancia, y no lo pongo en mayúsculas, porque me da vergüenza. El material, así como las técnicas usadas para hacer espeleo difieren en muchos aspectos de la escalada, como comprobaríamos horas después al remontar por las cuerdas. Las cuerdas de escalada tienen cierta elasticidad para absorber las posibles caídas mientras que las estáticas empleadas en espeleo son más rígidas y no chiclean, por lo que para subir un metro de altura no es necesario dar 600 pedaladas… imaginad ahora una tirada de 50 metros volados subiendo por una goma…(¿Chungo verdad?) pero ya, ya llegaremos a eso. Asimismo, los aparatos específicos de ascensión por cuerda son esenciales, facilitan la progresión y evitan inútiles gastos de energía que por otro lado si producen los nudos de fortuna sobre la cuerda (y que tienen la puñetera manía de ajustarse durante estas monótonas maniobras hasta hacerte sudar sangre por cada centímetro ganado al pozo). En nuestro descargo diré que porteábamos algunas cuerdas estáticas, pero de menor metraje, y una moral a prueba de bombas.

Volviendo al tema, ahí estábamos nosotros, alegres, optimistas y confiados en la buena forma física que traíamos de las alturas, montando con gran celo la instalación para el primer resalte. Comenzamos la bajada y en breve lapso de tiempo el óvalo luminoso de la entrada fue alejándose más y más…… y más, mientras nos sumíamos en las tinieblas, hasta quedar del tamaño de un cacahuete, ¡Toma, 50 metros volados del primer saque! Aterrizamos sobre una pequeña sala de irregular pendiente, repleta de costeros caídos del cielo, nunca mejor dicho, y una pila de barro que no os podéis ni imaginar. Por supuesto, el barro fue nuestro inseparable compañero de fatigas el resto de la exploración sustituyendo al buen juicio que, astutamente, se había quedado arriba en cuanto vio el descomunal agujero. Para entonces no había más opciones de fuga que por donde entramos.

Descendimos hasta el final de esta primera sala y trepamos un pequeño muro que da pie a un volado pasillo. En el otro extremo, a unos 8/9 metros, parecía desfondarse un nuevo pozo, así que para alcanzar la cabecera de éste en condiciones, instalamos un pasamanos que nos permitiría cruzar asegurados el estrecho pasillo. Tuvimos que quitar un montón de arcilla de las paredes para alcanzar el sustrato fresco y poder meter dos anclajes fijos para esta tirada horizontal, lo que nos supuso un buen rato jugando a los topos. Momentos después superamos sin mayor problema este endeble paso y afrontamos el siguiente escoyo, un incómodo pozo por el que descendió Justo en primera instancia, con una cuerda de 20 metros, hasta alcanzar un cambio de dirección, donde tuvo que realizar un fraccionamiento. Sobre un anclaje natural fijó otra cuerda, liberó la anterior y me dio luz verde para empezar a bajar hasta donde él se encontraba. La mala fortuna se cebó con nosotros y la precaria pared de barro por la que tenía que pasar me la jugó soltando un respetable mogote de arcilla que, como no, fue a parar a la espalda del compi. ¡Menudo bombazo!, en cuanto nos reunimos me dijo que se le habían nublado los ojos y todo. Con el susto ya pasado, tomé el relevo y me tiré abajo otros 20 metros hasta terminar la cuerda, por lo que tuve que empalmar otra de 10 metros para poder llegar al final, en una pequeña sala más liberada del inmundo barro y atestada de cientos de caracolas por todos lados. Allí tirados, echamos un pito y descansamos un rato sopesando las opciones que se nos ofrecían a la vista. Un laminador muy estrecho parecía prolongarse en una dirección desconocida (no llevábamos brújula) pero era del todo imposible forzarlo dada su estrechez. En el lado opuesto, localizamos una ventana a unos tres metros por encima de nosotros. Desde allí se veía factible la continuación a través de una gatera cuyo desarrollo se perdía bruscamente, lo que nos imposibilitó una completa valoración. Para acceder a ella hubiéramos necesitado emplear técnicas de escalada artificial, algo totalmente irrealizable en ese momento por falta de anclajes y dada la carencia de buenos asideros en la pared. Una vez revisadas todas las posibilidades ofrecidas y en vista del negocio que aun nos quedaba para el retorno decidimos iniciar el penoso ascenso de los pozos, agonizando cada metro superado intentando mover los puñeteros nudos blocantes sobre las cuerdas. Alcanzamos la base del pozo principal más o menos enteros después de dejarnos unos cuantos jirones de piel y cargar con algún que otro morado, “solo” quedaba remontar por una cuerda elástica los 50 metritos primigenios, que a la postre nos parecieron 200, máxime cuando habíamos entrado a la cueva sin comida, ni agua, ni pilas, ni ná (como está de moda el tema del ahorro energético…pues toma ahorro). Debí de tardar como media hora o algo más en salir y eso que dejamos las sacas con el material abajo. Yo tendría que subirlas desde arriba para evitar cargar con más peso del necesario durante la remontada y después, volvería a soltar la cuerda para que Justo procediera al “gratificante” paseo hacia el mundo exterior. Cuando por fin me anclé al árbol tenía tal petadura en los brazos que no se me abrían ni las manos. Tuvo que ser Faru, desde afuera, el que remontara los petates, porque yo no daba más de mí. Otra media hora después escuchamos de cerca los mugidos de mi hermano bastante próximos a la salida y al momento, vislumbramos, lo que supuestamente era su cara fuera del pozo. Vaya espectáculo lamentable ofrecíamos, nunca llevamos tanta mierda encima, no se nos veía más que el blanco de los ojos, lo de alrededor era una masa jadeante e informe de tonos marrones.

Una vez recuperadas las energías, lo mínimo para caminar, regresamos al pueblo, casi de noche cerrada y comentamos los descubrimientos con los lugareños (impacientes por saber del oro gabacho) antes de pirarnos a por una más que merecida ducha. Desde aquel día decidimos divorciarnos de la ignorancia, cuando de estos menesteres se trata, aunque mantenemos una estrecha relación el resto del tiempo, no vaya a ser que nos descubran pensando.

Pero ¡Ostras!, que se me va la pinza… Bueno chicos, os dejo, que me empiezo a enfriar y todavía quedan veinte metros para llegar arriba… hala, una pedalada por mamá, ésta por papá, otra por una birra, venga, otra por más birra, una por…

_“¿Qué pasa contigo tortuga, tas a gusto ahí abajo eh?, pobritín, dormiste poco esta noche eh borracheres…

¡Venga, mueve el culo que me muero de fame, y deja de dar la chapa, que ni debajo el agua”!

_”Yaaa vooooy cari… y no me presiones, so bruto, que me inhibes”.

ANGEL GARCIA MADRERA

14 de enero de 2009

LA CUEVA DEL TINGANÓN

Después de mucho ajustar fechas y buscar el momento apropiado, por fin logramos concretar un día para realizar una actividad conjunta por las cercanías a Ribadesella (Cantia, Justo, Nerea y el que suscribe). Todo un éxito en cuanto a planificación, ya que nos cuadró perfectamente el día elegido. Teníamos el objetivo marcado desde hacía tiempo y encima, habíamos asegurado agua suficiente para disfrutarlo. Cantia sin exámenes, Nerea de vacaciones, Justo, porque no queda más remedio que sacarlo de casa, que si no se pone agresivo, y yo, ya se sabe… donde hay comida y buenos caldos, pues como un perrín. Por otra parte, no hubo ningún fallo logístico, no se nos olvidó nada de nada, incluso fui testigo (y pinche), en primera plana y con cara de asombro, de la preparación de los manjares postactividad… y yo pensando que lo de pasar hambre después de salir de un cañón o una cueva estaba estipulado por ley ¡Aleluya hermanos!

Ajustamos también llevar dos coches para evitar darnos un buen paseo por la Nacional desde Llovio hasta Santianes y hacer más cómoda la travesía. Hay que contar que para realizar el Tinganón tienes que ir hasta la aldea abandonada de Peme por una pista con unos tramos bastante jodidillos y, el conjunto acceso, descenso y retorno te puede llevar sobre cinco/seis horas en plan tranqui, por lo que la opción de dos coches satisfacía a todo el mundo.

Con todo preparado, nos levantamos temprano y comenzamos la rutina típica de estos días: Justo pasándose la salida de Santander, yo al paso pulga y martirizando los oídos de la copiloto, Justo adelantándome, yo martirizando los oídos de la copiloto, Justo repostando, yo martirizando los, ya enrojecidos, oídos de la copiloto, Justo vuelta a adelantarme y reírse de mí, yo… calladito ya ante las, (¿veladas?), amenazas de la copiloto (castración con desbrozadora, hambruna, celibato…).

Menos de una hora después tomamos la última salida de Ribadesella (desde la autovía) en sentido Llanes y coincidente con el desvío para ir a los Picos. En la primera rotonda, a la altura de Llovio, abandonas la carretera nacional y coges una carretera secundaria que muere, después de un giro de 180º, debajo de la autovía a la altura de unas cuadras, nada más pasar una fábrica de áridos o algo así. Dejamos allí uno de los coches con la ropa para cambiarnos después, preparamos las mochilas con todos los aparejos (seguíamos bien organizados) y tiramos a Santianes, para lo cual has de retornar a la rotonda anterior y enfilar la Nacional en dirección Arriondas/Cangas. Casi dos kilómetros después aparcamos el segundo coche e iniciamos el camino que sube a Peme, no sin antes haber departido con una simpática paisanina. Ésta, además de confirmarnos la ruta de subida, nos instó a no subir muy pa´rriba cuando nos vió el material. Supusimos que se refería a andar colgados por la peña con el consejo y le explicamos nuestras intenciones de bajar por la famosa cueva, algo que no debió quedarle muy claro puesto que se despidió diciéndonos que de todas maneras no subiéramos… muy pa´rriba.

Antes de iniciar nuestra andadura por la pista de subida, observamos como el arroyo que atraviesa el pueblo se hallaba bastante fuerte y desbordaba sus aguas a la altura de un pequeño puente donde habíamos dejado el coche. Animados por este dato, comenzamos el pateo y, a buen ritmo, alcanzamos las primeras y por cierto constantes rampas de la pista. En contra de lo que Justo y yo esperábamos, no escuchamos ningún tipo de queja, lamento o cagamento durante todo el recorrido de subida. Quizás alguna mirada, de esas que te taladran el cerebro como queriendo decir:

“Vuelve a decirme que ya casi estamos y te juro por Dios que duermes en el felpudo”.

Tardamos como una hora en hacer todo el tramo de subida hasta casi alcanzar el núcleo de la aldea. En la primera bifurcación de caminos tomamos el de la izquierda y empezamos el descenso para alcanzar el curso de agua que nos llevaría a la cueva. Tuvimos que cruzar una portilla y, un poco más adelante, nos encontramos con un paisano que nos permitió pasar por una zona de pasto para entrar con comodidad al arroyo. Avanzamos todo lo posible hasta una pequeña terracita donde no nos queda más remedio que cambiarnos los disfraces y ponernos los otros, los de neopreno, ya que el cauce comienza a encajarse y el contacto con el agua es inevitable. En este punto aprovechamos para hidratarnos un poco, picar algo y echar un pito (como veis la organización perfecta) antes de entrar en materia. Una vez listos metemos la directa y comenzamos el descenso.

La cueva del Tinganón, por si misma, se trataría de una pequeña travesía subterránea de poca entidad deportivamente hablando (geológica y paisajísticamente es disfrutona a tope) pero, gracias a Dios ¡Te alabamos señor!, el arroyo que atraviesa este sistema se encaja oportunamente, dando forma a dos zonas abarrancadas flanqueando la entrada y la salida de la cueva. La actividad, en conjunto, adquiere así, un cariz totalmente distinto y no deja indiferente a nadie.

La primera parte del curso de agua comienza a tomar forma progresivamente, aunque sus resaltes nunca superan los diez metros de altura, hasta alcanzar el murallón calizo que parece cegar el paso al río. Es muy curioso el encajamiento del cañoncito. Como un juguete, la gorga está muy bien formada pero sus paredes son bastante bajas, por lo que, frecuentemente, puedes asomar el cuezo a las playas de hierba y al pequeño bosque que delimitan el cauce, dando la impresión de un barranco a miniescala (“si no son micromachine no son los auténticos”). Esta característica fue determinante a la hora del avistamiento de un búho, al poco de iniciar la aventura, justo antes del segundo rápel. De una oquedad en el margen izquierdo, por encima de estas minúsculas paredes de piedra y al paso de Cantia, que en ese momento iba por delante, se levantó el pajarraco (de grandes dimensiones) pasando a escasos centímetros de su cabeza. Ella ni siquiera se enteró pero doy fe que si lo llega a ver le da un infarto.

Proseguimos a buen ritmo por este tramo, disfrutando del agua y sin percances hasta las inmediaciones de la cada vez más cercana y enorme pared de roca situada en frente de nuestras narices. Sin previo aviso, en un requiebro del arroyo, se nos presenta en toda su grandiosidad, la gigantesca entrada del Tinganón. Una oquedad enorme, agrandada con el paso de los años por el continuo colapso del techo, hace de antesala del oscuro mundo por donde se sume el juguetón arroyo. Decidimos hacer una parada técnica, rodeados de enormes bloques de roca con caprichosas formas en ocasiones, para cargar los carbureros, ponernos los frontales eléctricos y los más viciosos, darle al tabaco. Abastecida la patrulla, invitamos a las féminas a entrar al oscuro con nosotros, como los paladines de pueblo en las fiestas de prao.

El tramo subterráneo se desarrolla a favor de una fractura por donde el arroyo centra todos sus esfuerzos erosivos, siguiendo la trayectoria de este plano de debilidad. El resultado es una cueva con una galería principal sin apenas ramales secundarios, bastante recta y con una marcada tendencia hacia el noroeste. Se halla en una fase activa, con el pequeño arroyo trabajándose la caliza día a día, por lo que no presenta muchas de las formaciones que normalmente embellecen las paredes de un furacu. Tampoco se caracteriza por poseer unas dificultades dignas de mención lo que la hace apta para cualquier tipo de público… salvo los reumáticos y los forofos del Madrid (éstos suelen sufrir en los estrangulamientos de la cueva). De cualquier forma el paseo por los oscuros se hace muy agradable (que no solo de estalactitas vive el hombre), sobretodo por la presencia del agua y de sus capacidades para moldear la roca.

En breve espacio de tiempo flanqueamos asombrados la colosal boca de salida, de dimensiones brutales, dejándonos envolver por una luminosa mata de bosque, guarda y custodia durante el resto de la actividad de ese día. A partir de aquí el torrente vuelve a ponerse guerrillero, incrementa su energía y precipita sus aguas a lo largo de varias cascadas, alguna de ellas de más de diez metros, hasta alcanzar zonas más tranquilas en las cercanías a su confluencia con el río Sella. Decidimos abandonar el cauce una vez localizado un evidente sendero, y, sin perdida, directos al primer coche. Con la rapidez que merece una situación como la inanición aguda, nos cambiamos, buscamos el segundo coche y en un área de recreo situado en la rotonda mencionada más arriba, procedemos a eso que comentaba más arriba todavía. Comimos, en cantidad y bebimos, en menos cantidad (ya se sabe…al volante ni una gota y sino te lo recuerdan los del partido ecologista, esos…¿Cómo se llaman? Ah, “Los Verdes") y desde allí, pa casa que nos daban los lunnis.

ANGEL GARCÍA MADRERA