2 de diciembre de 2008

SISTEMA DE LA VEIGALONGA

Durante cuatro fines de semana fue nuestro principal objetivo, desentrañar los secretos de este emocionante regalo de la naturaleza. Casi seis kilómetros de galerías a los pies del imponente pico Caldoveiro, en la vertiente tamezana, hacen de filtro natural de los arroyos que drenan las aguas recogidas en la zona más alta del puerto Marabio, antes de devolverlas al Río Villabre unos cientos de metros más adelante de su nacimiento (aunque es más que probable también, una relación directa entre esta cavidad y el origen del río), dando vida a las tierras de este bonito concejo hasta su confluencia con el Cubia en las proximidades de San Miguel.

La historia de las exploraciones en esta zona se remontan ya a la década de los setenta, cuando rampaban por nuestra tierrina algunas huestes del “León británico”, verdaderos artífices e innovadores de actividades como el barranquismo y la espeleología en muchas partes del mundo. A pesar de que comen cosas raras, ponen calcetines con chanclas en verano y hablan raro, en estas lides siempre fueron un paso por delante, de manera que cuando aquí lo más parecido a hacer montaña era irse de copas al pub Huertos del Diablo, ellos habían abierto cuevas y cañones a mansalva y algunas de estas aperturas, a día de hoy, con las técnicas y materiales actuales, serían tareas harto complicadas.

Aprovechando los trabajos de esta gente, grupos de espeleo autóctonos terminaron de matizar la exploración y cartografía iniciada por éstos. Se intentó forzar el sifón terminal (se trata de una zona sumergida donde la única posibilidad de progresión debe realizarse mediante técnicas de buceo) sin resultado alguno. Solo la adición de trazadores químicos en las aguas permitieron conocer, de forma indirecta, la conexión del sistema con el exterior, a través de la fuente Pena El Camín. A este respecto es reseñable la dificultad y el riesgo de la parte subacuática del juego, de hecho, uno de los integrantes de este grupo, creo que el descubridor de todo el tinglado, murió en este sifón. Según tengo entendido se cortó de forma accidental el hilo guía que le orientaría en su regreso a la zona emergida. Esto, unido a la turbidez de las aguas (lo que impedía la visibilidad durante su avance) provocó el fatal desenlace siendo imposible la recuperación del cuerpo.

Fuera de este oscuro matiz, la red de Vegalonga supone todo un reto para dos personas. Más que la dificultad técnica en cuanto a pozos y trabajo vertical se refiere (apenas supera los doscientos metros de desnivel desde el punto cero) predomina la exigencia física en agotadoras sesiones de progresión más o menos horizontal. Por esta razón, las primeras incursiones hicieron que replanteáramos la exploración y dado que disponíamos de una topografía, la dividimos en secciones, centrándose en una por cada fin de semana. También la época en que desarrollamos la actividad (a finales del invierno) nos impelió a dividir la investigación debido a la presencia de grandes cantidades de agua en algunas partes. En la actualidad, la cueva se encuentra en una fase activa contando con dos entradas a la misma (por el Este y por el Oeste) en la que desembocan dos cauces con caudal permanente durante buena parte del año, si bien es cierto que el arroyo proveniente del Oeste llega a secarse por temporadas, como nos señalaron algunos ganaderos de Villabre. Ya en el interior descubrimos otros aportes provenientes de diversas zonas, lo que asegura, en conjunto, una evolución morfológica del sistema en futuras… (futuras de cojones) fechas.

Interconectado con la parte dinámica de la red se hallan los niveles fósiles, donde ya no existe circulación de agua. Se trata de galerías colgadas y abandonadas por ésta en su paulatino encajamiento sobre el sustrato rocoso, dejando como testigo de su paso: depósitos de gravas redondeadas embebidas en una matriz arcillosa o sueltas (observándose tanto alojadas en oquedades de las paredes de la cueva como formando parte del suelo de las galerías), grandes acumulaciones de arcillas o también, en los pasillos más estrechos, quedando reflejados a modo de salientes y vistos en sección transversal, las cambiantes posiciones del nivel freático a lo largo del tiempo. Por supuesto, también ha quedado constancia de la presencia de agua a través de toda una variedad espeleotemática de formaciones (coladas, banderolas, columnas, gours, etc, etc). Toda esta gama de depósitos y formas nos aporta numerosos datos acerca del desarrollo del sistema, por ejemplo en relación a la velocidad, energía y tipo de flujo, la antigüedad relativa entre unos y otros, etc.

Correspondiente al sistema fósil se encuentra la tercera entrada conocida (situada entre las otras dos mencionadas antes) y que se considera la principal. Por este acceso comenzamos nuestras primeras visitas a la cueva. Desde aquí se alcanza un curso de agua que corta perpendicularmente la fuerte y embarrada pendiente de entrada en una colosal sala de dimensiones brutales. Este arroyo proviene de la entrada Oeste y la primera vez nos regaló una sonora, más bien estruendosa, bienvenida, mientras seguía su camino hasta desaparecer por un sumidero en el extremo opuesto de esta sala. A medida que aumentaban el número de veces que por allí pasábamos, el rugido iba acallándose en consonancia con la carga de agua transportada por el arroyo externo que lo alimenta. Si las condiciones lo permiten, puedes adentrarte por el sumidero, siguiendo el curso de este arroyo o bien atravesar el cauce y coger una galería elevada unos cuantos metros de altura sobre los materiales relictos abandonados por el torrente en épocas pasadas. Esta segunda opción supuso la mejor elección dada la estación en que andábamos metidos y, la más liosa sin duda.

Estamos en la puerta de acceso a un laberíntico entramado de salas, pasillos, galerías y gateras de la más diversa índole. Todo ello configurado a modo de red, con una marcada tendencia hacia el Norte, siguiendo el patrón marcado por los planos de estratificación que conforman las paredes de esta gran unidad fósil del sistema. Desgajándose de éstos, vamos recorriendo variadas y numerosas galerías (en cuanto a tamaño y longitud) a uno y otro lado. En ocasiones nos proporcionan fastuosas vistas con paredes repletas de perfectas formaciones y, otras veces, unos buenos fangales donde chapotear y arrastrarte a tus anchas, o a tus estrechas (al gusto). A pesar de tratarse de un sistema fósil, como ya dije antes, la intensa temporada de lluvias nos concedió el placer del agua. Surgiendo de la nada, en bonitas cascadas o pequeños regatos que buscan con afanosa urgencia el torrente principal, del cual somos ocasionalmente conscientes con el rumor amortiguado de su paso bastantes metros por debajo de nuestros pies. Poco a poco fuimos redescubriendo los recovecos de esta maraña de agujeros hasta enlazar con la parte activa de la cueva, donde el agua es el verdadero protagonista. Alcanzar tan ansiada cota puede lograrse desde tres puntos principales, que nos demos cuenta en este momento. Desde la galería de entrada al sistema fósil se llega a una sala de gran tamaño donde se observan dos posibilidades de progresión en la búsqueda del sifón terminal o del punto más distante posible en el río. Se puede tomar una dirección Noreste, en un largo flanqueo respecto de la dirección que lleva el río principal y empalmar con él tras un giro de casi 90º hacia el Oeste o bien instalar un pozo, donde la sala da paso a un estrecho y profundo laminador y descenderlo. Este caso es una hipótesis nuestra aún no probada, debido a la cantidad de agua que se movía por allí abajo. La tercera opción se puede concretar desde el sumidero interior del arroyo que proviene del Este y que confluye con la boca de entrada a la cueva en la macrosala de inicio. Aquí el agua desaparece por un pequeño pozo accesible en épocas de estiaje pero en aquellas ocasiones nos echó para atrás.

Después de toda esa temporada dándole a la parte inactiva de la cueva, sin saborear todavía el líquido elemento en todo su esplendor, nos dispusimos a un ataque en toda regla, después de ver como el tiempo daba una tregua y los arroyos aflojaban bastante. En esta ocasión “Los planes no salieron bien” y dieron comienzo las lluvias primaverales de este año. Supongo que las recordareis porque se nos piro Lorenzo de vacaciones, dejándonos encargados del riego del jardín… y ¡mira tú si es grande! Así que pospusimos el negocio hasta fechas posteriores, pero ya se sabe, cuando un proyecto se paraliza otros llegan para sustituirlo y cuando crecen las aguas, los barrancos se ponen muy apetitosos. Aún así, no temáis amigos, el invierno acecha con sus frías fauces y volveremos a la cripta para una segunda, tenebrosa y espero que definitiva cita con el Averno.

ANGEL GARCIA MADRERA

31 de octubre de 2008

LAS CASCADAS DEL XIBLO

Media vida sabiendo de ellas, pasando cerca o viéndolas de lejos, pero hasta fechas muy recientes no empezamos a sentir la “llamada”. Esa que se activa en un momento de descuido, tras un trago de cerveza y se propaga como la pólvora hasta transformarse en una necesidad imperiosa. Aquel inspirador día empezamos a desarrollar la estrategia para este nuevo reto. En principio solo teníamos constancia de una cascada enorme, de 70 ó 90 metros según diversas fuentes, por lo que creíamos iba a ser una tranquila jornada disfrutando del monte y, de regalo, montar un par de rápeles sobre una lengua de agua. Sabíamos también que este salto de agua ya estaba abierto hace más de quince años por lo que a primera vista dedujimos dos cosas: no íbamos a ser los primeros y la equipación dataría del Neolítico inferior. Con estos antecedentes concretamos rápidamente el tema material (dos cuerdas de 50, una de veinte y una de 10, además de cintajos, cordinos y cacharrería metálica típica al uso). Para el acceso tuvimos alguna duda más, pensando en tirar desde la Focella o buscar una alternativa desde las cercanías a la base de las cascadas, donde llega una pista proveniente de la carretera que sube al Puerto Ventana. Esta pista fue explorada por Justo con la moto para una mejor comprobación del terreno, llegando a la conclusión de poder transitar hasta su finalización con todo terreno. Luego, caminando hasta la base de la que sería la última cascada creyó posible una remontada monte a través para cortar el camino que, desde la Focella, desemboca en la Braña de Las Navariegas y nos dejaría en la cabecera del supuesto resalte. Este “atajo” nos evitaría, por un lado, un buen rodeo hasta dar con el camino de marras desde el final de la pista y por otra parte, empezar la ruta en el mismo pueblo.

Una vez perfilado el plan, marcamos un primer intento para el día 22 de Junio, y digo intento, porque no llegamos a ni a oler el agua. El caso es que la remontada por el monte hasta empatar con el camino oficial se convirtió en una penosa subida por un inestable canchal, para luego terminar trepando por una canal-chimenea bastante verticalilla y exigente que nos dejó bien calentitos. De lo malo, las vistas eran privilegiadas y pudimos constatar ya, la presencia de al menos tres cascadas de importantes dimensiones… ¡Adiós a la relajada jornada dominical! Durante uno de los breves descansos que nos concedió la puñetera pared rocosa y mientras disfrutábamos de esas vistas, nos dimos cuenta de que ese día no iba a ser propicio para el descenso. La cabecera de una de las cascadas observadas soltaba agua a borbotones irregulares, como si la acumulara y en determinado momento fuera evacuada con fuerza al exterior. Esto nos dio que pensar acerca del caudal, para encima, tanto Justo como yo tuvimos sueños agitados esa noche relacionados con crecidas de agua, ¡Vaya coincidencias!, ¿Sería una advertencia del destino?, ¿Visiones premonitorias? ¿Íbamos a morir sin descendencia (y con eso me ciño al tema del relato y no a lo de la paternidad)? De cualquier forma y a una indicación de nuestros esfínteres, optamos por abandonar todas nuestras ansias de cañón y decidimos continuar hacia la parte alta del río, para valorarlo en toda su envergadura y posponer el descenso en otra fecha donde la cantidad de agua fuera más asequible a una primera toma de contacto.

Terminamos de superar la barrera rocosa y por fin damos con el camino principal, nuestro verdadero objetivo desde que empezó el día. En pocos minutos nos adentramos en una hermosa viesca de la que disfrutamos durante un breve trecho aunque nos impida la visión del arroyo que burbujea por debajo. Son unos cientos de metros hasta que camino y torrente se unen señalando la referencia de entrada al agua. Con la miel en los labios, no nos queda más remedio que volver sobre nuestros pasos y como nos sobraba mucho tiempo, continuamos por el camino, evitando tener que destrepar por la canal-chimenea y así de paso comprobar como sería el acceso de esta manera. Resultó un paseo muy grato. Un camino, empedrado en ocasiones, pero muy bien marcado, te adentra en una zona boscosa donde solo te falta sorprender a un Trasgu o a un Duende en cualquier recodo. De forma gradual, el bosque da paso a pastizales y cabañas parcialmente abandonados y en poco tiempo topamos de bruces con un cruce de caminos, de modo que o sigues hacia el Norte en dirección a la Focella o tomas el desvío que sale por la derecha, en un giro de 180º, retornando hacia el bosque que quedó atrás y donde nos espera el coche después de unos veinte minutos de ligero pateo.

Esta primera incursión sirvió para darnos cuenta de que la empresa iba a ser un poco más intensa y que gracias a la variante de retorno empleada, aclararnos el camino de subida.

Volvimos al ataque casi un mes después. Con el tiempo más estabilizado calculamos que el arroyo no estaría muy cargado con lo que las expectativas de embarque disminuirían en gran porcentaje. Con la moral alta y conocedores del camino de acceso, nos plantamos en una hora y cuarto en el punto de entrada al río. Nos cambiamos, preparamos el material y después de hidratarnos un poco (si señores, esta vez sí, llevábamos agua y barritas energéticas…. ¡Oooolé!) comenzamos la partida.

En el inicio van sucediéndose resaltes de poca envergadura que se solucionan a base de destrepes más o menos comprometidos o anclando alguna cuerda a los numerosos árboles que acompañan nuestro divagar por esta parte del río. También disfrutamos de algunos toboganes que amenizan aún más, si cabe, este tramo superior mientras nos acercamos paulatinamente hacia la potente capa cuarcítica, donde la brega se intensificará acorde al nivel de los obstáculos. La explicación a esto radica en la naturaleza de los materiales por los que discurre el torrente. El arroyo Carbacedo en el que nos andábamos metidos, nace en una pequeña cuenca receptora de las aguas provenientes de la Sierra del mismo nombre (que en esa zona hace de límite Este de la braña La Mesa, sobre un sustrato impermeable (pizarras y areniscas ferruginosas). Aquí, la infiltración del agua es prácticamente inexistente y casi todo lo que entra busca su camino hacia la vertiente tevergana. En su devenir, las aguas canalizadas topetan con la potente banda cuarcítica, más dura y difícil de horadar, pero, con la traza ya marcada y a falta de materiales más blandos por los que buscar una salida, al agua no le queda más remedio que atravesar este macizo. Intercalaciones pizarrosas en la formación cuarcítica, pequeños pliegues y fallas de poca envergadura generan las importantes cascadas con las que tuvimos que lidiar.

Ya encarados con el primer resalte de importancia localizamos los vestigios de los primeros equipadores, dos clavos ferruñosos que hablan de épocas ye-ye (¿Neoprenos de pata de elefante?) y en él que únicamente cambiamos el cordino, y es que cuando nos sale la vena ratilla lo aprovechamos todo… en fin, que le vamos a hacer, somos fieles devotos a la virgen del Puño Cerrao. Quince metros por debajo, enlazamos con otra cascada cuya instalación se encuentra en un árbol situado a la izquierda orográfica, de manera que se evita el tiro del agua (ésta de 12 metros. Progresamos rápidamente por un tramo que solo presenta un pequeño resalte, destrepable y un tobogán de tres metros. A partir de aquí comienzan las negociaciones duras. Asomamos a una marmita colgada sobre un abismo, que desde esa posición nos pareció tratarse de la cascada más grande del conjunto…. ¡Ah, ilusos!

Buscamos la mejor manera de acceder a la cabecera pero la cosa pinta fea puesto que el acceso tiene forma de tobogán y, aunque presenta una zona protegida a la izquierda, el destrepe puede acabar en un salto de 26 metros… Como no nos molan los dentistas, salimos del cauce por la parte izquierda y subimos unos metros hasta localizar un arbolito de confianza y bien situado, donde instalar una cuerda y acceder a la marmita en condiciones. Ponemos una cuerda de diez metros, que a la postre sería el anclaje principal del cual rapelaríamos toda la cascada y nos acomodamos en la repisa de marras. Elucubramos la mejor forma de equipar la cascada y siguiendo la tendencia de los cuerpos a la mínima energía y tras haber jodido uno de los espitadores caseros que llevábamos, aprovechamos los diez metros para anclar en su extremo otra cuerda y usar aquel arbolito como seguro de vida. Disfrutamos de una bajada preciosa sobre un gran circo que nos recibe con los helechos abiertos. Es increíble la explosión de vida, sobretodo vegetal, de la que somos favorecidos espectadores. Vimos helechos que probablemente apenas han evolucionado desde el Terciario, centenares de especies de plantas en un espacio reducidísimo… más parecía que nos encontrábamos en el trópico que en el hemisferio Norte. Con el chute clorofílico inundando las retinas, retomamos la acuática senda en un giro de prácticamente 90º a la izquierda, siguiendo los planos de estratificación entre dos potentes capas cuarcíticas, a causa de lo cual el arroyo se encaja durante un corto trayecto. Pasado éste se vuelve a producir un brusco giro a la derecha y las aguas se precipitan con fuerza hacia otra alborotadora cascada. De nuevo pasamos de usar las mazas y nos inclinamos a buscar árboles (como los monos), también en el margen izquierdo y ya de paso intentar observar lo que nos esperaba por abajo. Desde esa zona montamos un rápel de 26 metros que atraviesa el cauce hasta llegar a una gran repisa inclinada desde donde se aprecia un nuevo salto de agua y esta vez, sin miedo a equivocarnos, nos dimos cuenta que se trataba de la gran cascada. Antes de soltarnos de la cuerda, guiamos el descenso hacia la parte derecha, para anclarnos a un pasamanos equipado con clavos. Gracias a él, puedes situarte en la parte menos expuesta al agua de esa gran repisa que conforma la cabecera de este enorme desnivel. Paladeamos el improvisado mirador con unas vistas sobrecogedoras. En primer plano, una ancha lámina de agua desaparece a nuestros pies como por arte de magia y al levantar un poco la mirada se emplasta sobre ella el magnifico bosque tevergano, un tupido manto verde sobre el que se destaca la potente Sierra de la Sobia con sus agrestes y coloridas paredes custodiando el solariego pueblo de Villa del Sub.

El pasamanos desemboca en el borde del salto de agua y consideramos que la instalación, pese a llevar mucho tiempo a la intemperie, está en condiciones de uso para asegurar la bajada desde allí. La duda era sí uniendo las dos cuerdas de 50 que portábamos serían suficientes para salvar el desnivel o por el contrario deberíamos fraccionar en algún punto intermedio. Así que como dicen; “despacio y con buena letra” acometemos este gran rápel. El tiro de la cuerda, de mano, es limpio y evita por la parte derecha la mayor concentración de agua, lo que nos permite observar los pasos que vamos dando y las opciones que ofrece la cascada en caso de instalar una nueva reunión. Casi a mitad de descenso localizamos unos anclajes en una ruptura de la pendiente. Presentan un estado lamentable con una gran porción de agua cayendo sobre ellos, por lo que desistimos de pararnos allí y continuamos a bingo. Por fin nuestra curiosidad se ve satisfecha al salir de esa repisa y ver como los cabos de las cuerdas cuelgan a dos metros por encima de la marmita de recepción, sobre unos bancos de roca por donde podemos destrepar sin ningún problema. Somos conscientes de que falta muy poco para finalizar nuestra aventura y paramos un momento para disfrutar del enorme espectáculo. Muy animados y revitalizados por lo bien que se nos está dando el cañón y por la belleza de éste, enfilamos hacia la última cascada y final de trayecto. Son 30 metros (desde un árbol situado a la izquierda) sobre una rampa cubierta de agua y verde que plácidamente nos deja al comienzo de una senda que, partiendo desde la izquierda (hoy va todo de izquierdas) y en paralelo al torrente, nos lleva hasta el coche en menos de 20 minutos.

En resumen, el cañón consta de nueve rápeles, para totalizar unos trescientos metros de desnivel en ochocientos de longitud. Es de carácter abierto, de respuesta rápida en caso de fuertes precipitaciones (debido a su cuenca impermeable) y bastante técnico, por lo que nuestra intención es retornar para reequiparlo de forma que se pueda realizar el descenso con un mayor caudal y darle mayor brío ahora que ya lo conocemos. Un magnífico Domingo, sin duda.

ANGEL GARCÍA MADRERA

13 de octubre de 2008

LA SIMA DE CASTAÑEO

Hace ahora casi un año, nos encontrábamos (para variar, mi hermano Justo y el menda) inmersos en una búsqueda sistemática de simas por todo el centro de la región. Cualquier mínimo afloramiento de caliza sospechoso de tener agujeros aptos para consumo… por supuesto espeleológico, era y es digno de nuestra atención. De esta labor prospectiva fueron surgiendo diferentes y variados pozos bastante interesantes y algunos de ellos con maravillosas perspectivas de continuación. La principal baza para dar con estos pozos, porque la verdad que, alejados de las grandes zonas montañosas como son Picos de Europa y las Ubiñas localizar una cueva o sima es como encontrarse la minga en invierno, son por una parte la suerte, con una fiabilidad muy baja y por otro lado y sobretodo los paisanos de los pueblos. En este matiz radica uno de los momentos más disfrutones de cualquier exploración. Ver como pasan del recelo, de la mirada torcida como preguntándose “que carajo de cueva ni cueva vais a buscar vosotros dos, gañanes”, a comer en su casa e incluso dejárnosla para ir con las churris a pasar la navidad, es cuanto menos sorprendente y desde luego grato y divertido. De hecho siempre estamos al tanto, en cada incursión subterránea, de toparnos con el “oro de los franceses” o con el cadáver de la pastorina, que cayó hace muchos años y del que solo se localizó el collar de cuentas o bien sus pendientes en una fuente del pueblo de más abajo, etc, etc… Eso sí, de las toneladas de barro que en múltiples ocasiones llevamos pegado no se quieren hacer cargo con el mismo afán como del oro. Incluso en una ocasión dos tipos de un pueblo de Belmonte, con cara de mala ostia nos advirtieron de que “el oro que encontrásemos allí abajo era del pueblo…”

En el caso que nos ocupa y durante un lluvioso sábado, decidimos pasarnos por Castañeo del Monte a tomar un vasín y ya puestos, preguntar a alguno de los vecinos por el inframundo. En esta zona, la única posibilidad de encontrarte con una cueva se halla en una pequeña sierra caliza (Las Garradas) situada a los pies del pueblo y que hace de límite Occidental en el valle del Trubia durante un corto trecho. Logramos dar con la sima gracias a la ayuda del hijo de Samuel (dueño del bar del pueblo), que tiene cabras en la zona y que tuvo la amabilidad de mostrarnos la entrada aprovechando que iba a subirles la comida a los perros que las vigilaban. Ya de camino nos enseñó también un pequeño pozo de 30 m por el que se había caído un chaval del pueblo unos años antes con consecuencias dramáticas para él.

Después de una subidita de casi media hora, alcanzamos un collado en la zona más al norte de la cuerda rocosa y tras pasar un buen rato escudriñando en el margen oriental del mismo, hallamos el agujero en medio de una zona de pasto. Esa es la palabra justa… agujero, y de entrada, de los de sudar la gota gorda para meterse en él. Además tuvimos que desobstruir el acceso quitando unos grandes bloques que se habían puesto ahí para evitar que los animales de la zona rompiesen una pata, porque desde luego, lo que se dice caer adentro estaba un poco difícil, vaya, si no eres un topillo…

Una vez acomodados en el interior reaseguramos la instalación de la entrada con una seta de roca en una minirepisa, desde la cual empieza la primera tirada de cuerda. Una vez comienzas la bajada el cambio es total en cuanto a dimensiones se refiere, así mientras descendemos al pozo, las paredes se van alejando de nosotros, dando fe de la enorme paciencia del agua para disolver y mover toneladas de material, dejando este enorme y profundo abismo como resultado. Decenas de metros más abajo nos aparece un pequeño embudo, el cual debes superar apretándote bien, empleando la famosa técnica “sandwich de jabalí”. En este punto hubiera sido conveniente fraccionar el pozo con una nueva instalación, pero como vimos que el tiro de la cuerda era bastante limpio y no se apreciaban rozamientos importantes decidimos seguir hasta el final del mismo en una modesta repisa cubierta de barro y bloques caídos de las zonas superiores. Inmediatamente observamos el siguiente pozo, de longitud variable según optemos por seguirlo o abandonarlo (a los diecisiete metros aproximadamente) por una rampa descendente repleta de enormes rocas, coladas y barro… mucho barro (pa nuestro regocijo) hasta una pequeña sala de altísimo techo, algo más limpia y donde podemos disfrutar de algunas típicas formaciones carbonatadas. Después de un pequeño descanso, descendemos por unos resaltes bastantes verticales ayudándonos con una cuerda por seguridad. Ya a la vuelta pudimos evitar el uso de ésta para remontarlos, dada la cantidad de buenos agarres observados a la bajada. Hacia la parte baja de este resalte las paredes vuelven a estrecharse y la progresión se hace bastante incómoda, por barro, hasta alcanzar la cabecera de un pequeño y estrecho pozo (10 m), que sigue una marcada diaclasa de la formación caliza en un giro de 90º hacia el Norte. En esta cabecera confluyen el segundo pozo, que habíamos abandonado en la sala descrita anteriormente con el sistema principal que vamos siguiendo.

Con dos toneladas y media de barro a cuestas, el corto y estrecho pasillo situado en la base de este pocillo nos deja en la parte alta del último pozo, desfondado unos 45 m en un volado impresionante no solo por la envergadura de alguna de las salas que cruzas sino por la vista de una gran colada de color blanco purísimo casi al final del mismo. Llegamos así al término de este modesto sistema cuya sala terminal, de reducidísimas dimensiones, se haya plagada de estalactitas que presentan unas coronas carbonatadas horizontales bordeando los extremos basales de estas estructuras, como si las estalactitas estuvieran en clase de danza clásica y llevarán puesto el tutú. Esta curiosidad nos indica una antigua acumulación de agua hasta ese nivel, entrampada y de poca duración.

A partir de aquí queda lo más “divertido” de la exploración espeleológica, remontar los puñeteros pozos, recuperar el material cargándolo a cuestas y llenarte de barro (más si cabe) hasta las cejas. Un par de horas después de iniciar el retorno, avistamos por fin las anheladas luces del día. Solo queda quitarse todo el material, fozar como un jabalí para salir de la ratonera y rogar a al cielo por una birra… bueno y algo pa comer. Para llevar a cabo semejante acción toca sablear a la “mamma” (que por divinos azares, vive muy cerca), ducharse y escapar antes de que se de cuenta de que le dejamos las toallas echas una mierda… Total, iba a reñirnos igual, jeje.

Como datos más técnicos, decir que este sistema presenta un desnivel de entre 140 y 150 m de profundidad sin apenas continuidad lateral, desarrollándose sobre unas calizas masivas de época carbonífera (Formación Caliza de Montaña, cuyo origen se remonta a hace 300 millones de años). La boca de entrada se encuentra localizada en lo alto de la sierra, sobre un pequeño rellano en el margen oriental y colgado a gran altura sobre el río Trubia. Esta característica morfológica pudo ser determinante para explicar la génesis de la sima. La potencia de la cobertera vegetal en esta zona sería sensiblemente menos importante miles de años atrás, por lo cual el rellano mencionado antes se trataría de una cubeta o pseudodolina, donde la retención del agua (por supuesto debida a las precipitaciones, dada su situación en cotas altas) sería más importante así como el tiempo necesario para atacar, disolver y erosionar las partes más débiles del sustrato rocoso e infiltrarse en él.

La evolución en profundidad queda ya en manos de las discontinuidades de la propia roca y de los aportes de agua; Superficies de estratificación, diaclasas, intercalaciones de otros materiales más débiles, la heterogeneidad en la composición mineralógica de la propia roca, etc, etc, condicionarían la ruta a seguir por el agua en el trayecto de salida al exterior atraída por la fuerza de la gravedad y por tanto la morfología y las formaciones presentes en la sima.

Por otro lado, es más que probable la presencia de un antiguo flujo de agua ya en el interior de la sima. Esto queda reflejado por la colada blanca observada en la bajada al último pozo. Según la dirección del curso de agua que generó esta formación (proveniente del Norte aproximadamente), el origen probable de estos aportes estaría en la infiltración a través de una enorme fractura (falla geológica con una orientación NW/SE) que corta la parte más septentrional de la banda caliza desde la zona de la Sierra de Buanga. Esta estructura favorecería la captación y el movimiento de agua a su través, pudiendo perderse parte del caudal movido al atravesar la sierra caliza y derivarlo hacia la sima. Actualmente se trata de un sistema fósil, donde ya no circula el agua por lo que las posibilidades de continuación (a base de desobstrucciones sin duda) son prácticamente nulas.

ANGEL GARCÍA MADRERA

12 de septiembre de 2008

EL CAÑÓN DE BUANGA

No existe cosa que más deleite produzca que la improvisación, sobretodo cuando los “planes salen bien” (como diría Hannibal, lider del Equipo A). Tras un fin de semana de viaje, bodorrio, resaca, viaje de vuelta y selección española (por ese orden temporal, que no de intensidad…y con esto me refiero a la selección eh. ¡No seáis mal pensados!), la opción más rentable para el organismo, sin duda alguna y ante la perspectiva de un lunes libre, sería la del “tumbing/evaporación etílica” sobre cama, sofá, prao o playa. Como los caminos del Señor son inescrutables, la realidad que nos esperaba fue sensiblemente diferente y, voto a Dios, más disfrutona.

Entre trago y trago de café mañanero, la calenturienta imaginación de mi insigne novia logró vencer las telarañas del sueño y en cuanto insinuó las palabras “barranco”, “Buanga” y “tortilla” no me hice de rogar mucho y antes de que se lo pensase mejor, ya estaba de camino a casa de mi hermano para sablearle la cámara acuática y las llaves del local del grupo…

Aproximadamente una hora después y con la intendencia lista, salimos hacia San Andrés haciendo escala en Trubia para recoger el material necesario en tan digna empresa y, dejando el coche en el lavadero del pueblo, procedemos al pateo hasta la cabecera del río. Unos 45 minutos después de sufrir los agobios del calor, mosquitos y una buena regeneración facial a base de telas de araña, alcanzamos el punto de inicio de la torrentera, donde nos ponemos los modelitos “primavera/verano”. Allí mismo repasamos unas nociones básicas para acometer el descenso con seguridad y nos lanzamos a los abismos.

El arroyo Buanga, que prácticamente todo el mundo en el grupo conoce y que tan buenos y urticantes momentos nos brindó en nuestra infancia, atraviesa la Sierra de Buanga transversalmente en su extremo más septentrional, aprovechando una falla geológica que corta los materiales cuarcíticos que conforman dicha Sierra. La activación de este fenómeno, hace millones de años, originó una “línea” deprimida y más debilitada por la que se encauzaron las aguas provenientes de la pequeña cuenca de recepción situada aguas arriba.

Son precisamente, las características de la roca cuarcítica las que confieren a este tipo de cañones una serie de particularidades que los diferencian de los calizos (más plásticos y engorgados): Todo el descenso se desarrolla en un ambiente muy abierto a causa de la gran dureza de estos materiales que hacen muy difícil el encajamiento de la red fluvial, por lo que las mayores dificultades que te encuentras son las abundantes y bonitas cascadas que jalonan todo el recorrido… Ésto, unido a la frondosa vegetación típica de las zonas silíceas (bosques mixtos caducifolios) convierten este arroyo, a mi entender, en uno de los mejores descensos para iniciación de la región (sobretodo cuando lo pillas alegre de caudal). La comodidad de las cabeceras para iniciar los rápeles, el número de ellos, la seguridad de poder escapar y salir airoso de posibles embarques y la belleza del terreno por el que pasas, ya no solo por el bosque de ribera y las cascadas, sino también por el ancestral aprovechamiento del agua llevado a cabo por los lugareños desde los tiempos de “Mari Castaña”, a través de molinos (por desgracia ya en ruinas), antiguos canales de recogida de agua e incluso una, no sé si minicentral o depuradora de agua… dan cuerpo a una bonita y relajada actividad.

A todas las razones expuestas hasta ahora, le unes la emoción de llevar a tú pareja por un lugar aislado que solo conocía de oídas y ver las caras de felicidad mientras baja por esas largas cascadas (la mayor de ellas tiene treinta metros de altura), y las de asco en alguno de los destrepes, a la orden de:

¡Agggg, mira que ARAÑA(*)!, quítala de ahí… ¡MÁTALA!, No, no. Yo por ahí no paso.

Venga guaja, tira pa´bajo que ta ahí colgada y casi ni se ve.

Y una mierda, ¡DIOS! Si hay otra al lado… ¡MÁ-TA-LAS!

¡¡PIM PAM PUM!! ¿Contenta?...

Que conste que solo quitaste una… la otra cayó por donde tengo que pasar, ¿Oiste?

¡RECRISTO! Que cruz con los bichos; (Esto para el cuello del neopreno).

Con la completa catalogación sobre la fauna invertebrada realizada por la Doctora Nerea y es que, a fe mía, no hay nada como un buen trauma infantil para desarrollar las dotes detectivescas, nos vamos acercando al final de nuestro acuático día sorteando obstáculos, echándonos unas risas, sacando fotos… “apartando bichos”, etc. Ya para finalizar, nos salimos del cauce unas decenas de metros antes de alcanzar una cabaña de madera, creo que perteneciente al ICONA. Desde allí solo nos restan unos quince minutos, primero por una senda y después por el vil asfalto, hasta volver al lavadero, donde iniciamos nuestra andadura unas cuatro horas antes… y la tortilla esperando, hummmmm…

PD: Mientras escribo estas líneas, dos garrapatas han vilipendiado mi tierno cuerpo… una cerca del culo y otra en la zona opuesta, ¡y no quiero dar más detalles!

(*)En este apartado sirven al uso los términos Ciempiés y “bichos alados”. Todo ello para diferentes puntos del recorrido.

ANGEL GARCÍA MADRERA

5 de agosto de 2008

UNA ODISEA POR EL JUNJUMIA

El 20-08-04, después de un día agotador escalando en Pelúgano, subimos hasta el Sabil a tomar unas merecidas birras, con la idea de planear alguna actividad para el día siguiente. Después de unas cervezas, nos calentamos y alguien se atrevió a mencionar la actividad tabú en ámbitos cañoneros: ¡LA INTEGRAL JUNJUMIA-DOBRA!

Con un raído mapa del Cornión fuimos perfilando lo que seria el hipotético descenso. Después de mas birras ya lo teníamos claro, íbamos a hacer el descenso de los descensos.

El primer paso, consistía en convencer a un alma caritativa que nos bajara el coche desde Pandecarmen hasta la desembocadura del Dobra con el Sella. Después de mucho llorar y hacer la pelota, liamos a Ángel y a María, que tuvieron que retrasar la subida a la Torrezuela que tenían planeada, para bajar mi coche. Preparamos el material y salimos hacia Pandecarmen a las 11 de la noche. Entre el viaje, cenar algo y preparar para dormir en la vega de Enól, nos dieron la 1 de la madrugada (habíamos planeado empezar a las 5) y además resacosos. Eso es montárselo bien.

A las 5, y después de no haber dormido nada por los nervios, salimos en dirección a Vegarredonda y antes de dar vista al refu nos desviamos al O por un collado que da al río Junjumia. Una vez en el río, fuimos con cuidado para retrasar todo lo que pudiéramos el poner el neopreno, pero después de una hora, no nos quedo mas remedio que parar a ponerlo. Ya estábamos metidos en faena, concentrados y mentalizados en lo que teníamos por delante. Ya nada nos podía parar.

Aguantamos sin usar la cuerda todo lo que pudimos para ahorrar tiempo, destrepando resaltes bastante complicados, pero sin arriesgar demasiado. Dudamos un poco en un tobogán de 15 mts. que como no, al final tuve su recuerdo unos días teniendo que cambiar de postura para sentarme.

El cañón es muy bonito, muy técnico y largo, y además bajaba bastante agua. Tuvimos que reequipar casi todos los anclajes naturales con cordinos, pero en general fuimos bastante rápidos. Después de unas 8 horas de Junjumia llegamos al río Pelabarda ya bastante tocados físicamente, una alegría bestial nos inundo y el subidón correspondiente nos hizo olvidar lo que llevábamos encima, bajamos hasta la Mecedura y paramos a comer algo y hacer un buen descanso.

Ya en el Dobra, nos impresiono su grandeza, enormes paredones nos cerraban en un cañón en el que un escape parece imposible. Solo hay una posibilidad de escape, usando el canalón de la Macuera que desde abajo sinceramente parece imposible y, por lo menos, durísimo. También existía la posibilidad de remontar el rió hasta poder salir por algún lado, pero eso no entraba en nuestros planes, (de aquella éramos unos valientes).

El primer tramo del Dobra, desde la Mecedura, es como una autopista, se avanza a buen ritmo, lo que te da una falsa sensación de que ya esta todo echo. Mas adelante y poco a poco, se empieza a formar un gran caos de bloques, que ralentizar mucho la marcha. Este tramo nos desesperó un poco, por que teníamos que buscar el mejor camino y así evitar los rápeles. También teníamos la noche rondando, y sabíamos que si no superábamos este tramo antes de anochecer tendríamos que hacer vivac (habíamos avisado en casa que saldríamos en el día).

En estas circunstancias y el cansancio acumulado, nos llevo al mayor error que cometimos nunca en un barranco y que menos mal que se quedo en un gran susto. Mientras Sergio empezaba un rapel de unos 10 mts., el cordino del rapel se salió de la seta que lo aseguraba. Sergio, cuerda y cordino desaparecieron de mi vista en nada, la gran suerte fue que se quedo atascado en una grieta sin sufrir mas que el susto. Dentro de lo malo, este accidente nos sirvió para despejarnos hasta acabar el largo caos ya entrada la noche.

Después, alternábamos zonas de río incomodas y resbaladizas y grandes badinas que, en algún caso llegaban a ser de cientos de metros. Nadar esa distancia después de tantas horas de actividad, te asegura unos buenos calambres.

Si el cansancio y lo incomodo del terreno fuera poco, hubo que añadir que mi frontal eléctrico se estropeo y parecía que iba con una vela. Me caí tantas veces que ya ni me preocupaba de poner las manos.

A esas alturas parábamos cada poco a descansar y teníamos que controlarnos para no dormirnos.

Nos dio algo de moral encontrar un cartel viejo de coto de caza, y al poco un senderillo a la orilla del río que agradecimos enormemente. Mas alante vimos una luz y sentimos unas voces, lo que nos extraño mucho. Eran alrededor de las 4:30 de la madrugada; nos fuimos hacia allí y comprobamos que eran un grupo de gente acampados y de fiesta. Estábamos en la Olla San Vicente y nuestra aventura tocaba a su fin.

Dimos unas explicaciones sobre lo que estábamos haciendo mientras me comí una manzana que me supo a gloria. En 45 min. estábamos en el coche, después de 24 horas de actividad y 18 horas de cañón.

Unos estiramientos para evitar algún problema y corriendo a asaltar una maquina expendedora.

Esta fue una actividad que será difícil de olvidar.

Invertimos unas 8 horas para descender el Junjumia y alrededor de 10 horas para el Dobra.
Son unos 20 Km de recorrido y 1300 mts de desnivel.

JUSTO GARCÍA MADRERA

2 de julio de 2008

BEYU LA REDONDA

Domingo 15 de Junio de 2008, falta poco para todo: para las vacaciones, para que suba el Sporting, para que deje de llover, para recuperarnos de unas inesperadas lesiones (una inflamación en el hombro y una más que posible rotura de dedo del pie), etc. Con este panorama, decidimos retomar las operaciones barranquiles y atacar el cañón del título. Bueno en realidad, más que un cañón, se trata de un accidentado arroyo que divide el maravilloso bosque pongueto a mitad de camino entre el desvío a San Ignacio y Puente Vidosa, donde une sus aguas al río Sella.
Dejamos la furgoneta en un apartadero a poco más de quinientos metros de Puente Vidosa, tras visualizar la última cascada del barranco desde la misma carretera y comprobar el nivel de agua. Una vez pertrechados, nos metemos por una pequeña senda que partiendo de la carretera, sube paralela al arroyo en zigzagueantes rampas de bravo desnivel. En menos de veinte minutos coronamos un estrecho paso abierto entre la roca caliza y descendemos hasta un gigantesco caos de bloques, ya en una zona más abierta, punto de unión con un afluente de menor entidad. En este paraje abandonamos la senda por la que veníamos y cuyo destino son las altas majadas de Baeno (testigo de nuestra andadura hace ya tiempo en un fallido intento al pico Canillín) y metemos la directa hacia el torrente. En total no llegaría a la media hora, el tiempo transcurrido desde el aparcamiento hasta tocar la orilla del río.
Ya metidos en faena, no queda más que disfrutar del paisaje y juguetear con el agua. Las copiosas y persistentes lluvias de esta temporada, nos amenizan los sucesivos resaltes que se interponen en nuestro camino con una buena dosis de agua que la verdad no esperábamos. Algunos rápeles, de no más de diez metros de altura (excepto una cascada de forma puntual), conforman la primera parte del barranco y nos dan idea del carácter abierto del descenso, no en vano, estos resaltes son destrepables por casi cualquier sitio (teniendo cuidado con lo resbaladizo del terreno). Así pues, con el bosque de testigo y la lucha constante entre la roca y el agua, vamos acercándonos a la parte final del barranco claramente diferenciable del tramo superior. Se trata de una zona también abierta, siguiendo la tónica general del descenso, pero donde el agua se encauza con algo más de fuerza, dándole vistosidad al descenso de los tres rápeles finales (de más de diez metros de altura). Éstos se distribuyen de forma consecutiva y en poco tiempo te dejan en las inmediaciones de la carretera mientras que al arroyo la Redonda, que parece sumirse algo a la salida, todavía le quedan unas decenas de metros para incrementar el grueso del río Sella. Dos minutos después estamos al lado de la furgo listos para descorchar.
Ya vestidos de calle y bien impregnados de las feromonas neoprénicas características, cabalgamos hacia poniente con el sol a nuestras espaldas y el corazón de las lugareñas en nuestro puño…. Bueno, ¡vale!… tiramos a Puente Huera para hacer lo que mejor se nos da y ningún manual nos enseñó: comer/ lingotazo de Ribera del Sella/ comer, en ciclos combinados y a tiempo indefinido. Apoyamos el festín con dos millones de planes y proyectos para próximas fechas y posteriormente animamos la sobremesa con las aventuras futboleras y demás trastadas de Manuel, el hijo del dueño del chigrín de Puente Huera. Una vez “fartucos” de todo, emprendemos el regreso a Oviedo, listos para animar al Sporting en su batalla final.
En definitiva una buena actividad: Aguas muy limpias, estético por la bonita visión del entorno y rápido de acceder y de descender (muy bueno para cuando tú equipo se juega el ascenso a primera división y no quieres prisas)… En nuestra opinión se trata de un corto descenso que técnicamente ofrece poca dificultad, siempre y cuando se tenga presente que se trata de una progresión por un terreno resbaladizo, con bloques sueltos en algunas zonas y pequeños agujeritos escondidos bajo el agua que hacen las delicias de tibias, peronés y tobillos. Por estas razones y como todo barranco, para pasarlo bien pero con seguridad. Es muy recomendable hacerlo con mucho caudal, le da ese puntín disfrutón que seguro no tiene en las épocas de estiaje, donde seguro que baja un hilo de agua.

ANGEL GARCIA MADRERA

4 de junio de 2008

DESCENSO DEL CAÑON DE COBARCIL

El preludio de esta actividad fue desarrollado un día de Julio de 2005 en que se conjugaron dos circunstancias atenuantes en cualquier juicio, fiestas del pueblo y consumo masivo de cervezas (siempre fuente de inspiración). Mientras una tras otra las birras iban matándonos neuronas y nuestros planes se tornaban cada vez más increíbles (y la lengua más pastosa…) a Justo se le ocurrió que podíamos hacer el cañón éste de marras ya que el acercamiento es inmediato, el descenso es bastante rápido y el retorno ídem, así que con el caliente de la noche dejamos todo de lado, menos las rubias, y nos pusimos a organizar el tinglao: que si llevamos dos cuerdas de veinte, que si ponemos una cuerda fija por si hay que escapar como perros, que si nos metemos con material de equipar, etc, etc. El plan estaba materializado, solo quedaba cargar el material y tirar para allá, aunque a ninguno se nos ocurrió una excusa plausible para levantar el culo del chigre y dormir un ratín…

En fin, que al día siguiente con un sol radiante y una considerable resaca quedamos en el local del grupo para cargar los bártulos y salir hacia el desfiladero de los Beyos. Durante el trayecto vamos fijándonos en el caudal del río Sella intentando hacernos una idea de lo que vamos a encontrar allí dentro, puesto que la información que tenemos nos indica que es un cañón muy sensible a las variaciones de caudal, haciéndolo solo practicable en épocas muy puntuales del año, así que no las teníamos todas con nosotros. A medida que nos vamos acercando a la parte leonesa del desfiladero y el río se va engordando cada vez más, los nervios y la impaciencia por ver el monstruo se acrecientan y tengo que parar antes de llegar a destino pa soltar una señora meada. Por fin se abren las fauces de los Beyos y aparcamos en lo que antiguamente era la venta de Cobarcil. En este punto la tensión es notoria, no en vano el cañoncete está catalogado como uno de los descensos más difíciles de Asturias (y eso que pertenece a León). Se trata de un pequeño barranco que salva un desnivel de 40 m en un trayecto de poco más de 800 m, por lo que a simple vista no transmite mucha preocupación. Lo que si que da miedo es la bestiada de agua que se canaliza en un pasillo estrecho, tan estrecho que en ocasiones hay menos de medio metro de pared a pared, y que da sentido al término aguas vivas.

Una de las pocas cosas coherentes que ese día hicimos fue intentar comprobar el caudal siguiendo las instrucciones de una guía de descensos. Según este libro hay una pequeña plancha inclinada de roca en uno de los márgenes, justo antes de iniciarse el cañón, sobre la que siempre circula una lámina de agua que proviene del rebosamiento del cauce. Al parecer, si este nivel sobrepasa cuatro dedos de espesor, mejor olvídate y vete a tomar algo… pero ahí estábamos nosotros con nuestra inteligencia superior, localizamos la plancha y ¡carajo! Cada vez que poníamos los cuatros dedos, el agua, por física elemental terminaba de sobrepasar los cuatro, la mano entera, el pie o lo que hubiéramos puesto. Tras una pequeña deliberación decidimos la opción más prudente…¡al lío!, así que sin más nos ponemos la indumentaria y los trastos adentrándonos en el agua unos cien metros antes del comienzo e ir metiéndonos en faena. Ya de mano, a pesar de que en este punto el ancho del cauce es de aproximadamente ocho metros, la fuerza de la corriente se hace notar de lo lindo, por lo que barruntamos una bajada cuanto menos “alegre”. En seguida alcanzamos la primera instalación de rápel (dos antiguos anclajes unidos por un cable), mientras alucinamos con el poderoso surtidor de agua que se proyecta hacia el interior del cañón y pensamos que en breves momentos tendremos que lidiar con semejante toro. Con la patata ya a doscientos montamos una cuerda de veinte metros y echándolo a suertes le toca a Justo bajar primero. Un apretón de manos y unos cuantos cagamentos para animarnos y el oveya inicia el descenso arrimándose todo lo que pueda a la orilla derecha para evitar la zona de mayor energía del río y evitar que lo tire. Al minuto desaparece de mi vista y pasan unos segundos tremendos en los que no me como la capucha de milagro…hasta que oigo la débil voz de Justo avisándome de que la cuerda ya esta libre. Pongo la cuerda en el descensor y antes de bajar lanzo una plegaria al aire, ahora ya no hay nervios, la concentración es máxima y mido cada paso que doy aún cuando la corriente lucha por derribarme con todas sus ganas (es increíble sentir como te oprime la lámina de agua, parece que te apisona un tractor). En seguida me planto en el borde de una ruptura de la pendiente del rápel, me esperan unos metros volados con todo el río Sella, sin tocarme, pasando por encima de mí con una presión bestial y un rugido ensordecedor. A esta primera sala en la que me reúno con mi hermano la denominan la sala del grito, un nombre apropiado no se si por el estruendo del río o por los gritos de liberación que lanzamos Justo y yo cuando nos reunimos y que me imagino harán otros barranquistas cuando vencen esa primera dificultad y no queda otra que avanzar.

Una vez desahogados, observamos una primera marmita de profundas y verdes aguas, más adelante se vuelven a encauzar y empezarán nuevas dificultades. Sin más tardanza procedemos a recoger la cuerda y aquí empiezan los problemas, al tirar de uno de los cabos la fuerte corriente nos riza la cuerda y forma un nudo, por lo que somos incapaces de sacar la cuerda de la instalación de rápel, ya desesperados porque no llevábamos más repuesto que un cordino auxiliar de ocho metros (ole nuestros cojonazos) hacemos un polipasto de fortuna y entre los dos nos ponemos a tirar como burros a ver si por algún casual pasaba el nudo por la instalación o bien petabamos la misma…resultado: ni uno ni lo otro…Una sarta de cagamentos de lo más variopinto después, valoramos las opciones que tenemos, por un lado podríamos cortar toda la cuerda posible e intentar salir lo mejor que pudiéramos (eso sin saber con precisión que nos íbamos a encontrar más adelante) o forzar un supuesto escape ubicado unos cuantos metros más abajo, aquí es donde hago hincapié en que nunca se puede uno fiar de la bibliografía al cien por cien porque después de sortear unos rápidos, localizamos el escape y comprobamos en nuestras pieles, después de unos metros de delicada trepada, que era del todo imposible si no instalas una cuerda desde la carretera antes de meterte en el cañón. Ahí estábamos nosotros con cara de palo, tranquilos eso sí (no es ni será la única vez que la liemos) descansando y rumiando nuestra mala suerte. Una vez recuperados remontamos hacia la marmita inicial para cortar el máximo de metros de cuerda y encomendarnos a los dioses… Esto suena sencillo pero la odisea del retorno dada la fuerza de la corriente y lo resbaloso de la roca nos dejó exhaustos, de hecho dimos gracias al cielo por tratarse de un cañón muy estrecho, lo que nos permitió avanzar en oposición en los puntos más conflictivos. Pudimos pillar unos trece/catorce metros de cuerda que junto con los ocho metros de cordino auxiliar nos concedería la gracia de superar cortos, cortitos resaltes y recalco que no sabíamos lo que nos quedaba exactamente…

Nos lanzamos al agua y desandamos el camino hasta la zona del escape, en este punto el agua vuelve a canalizarse con una fuerza brutal en un pasillo bastante inclinado de poco más de cuarenta centímetros de ancho. En la cabecera de este resalte apenas se podía estar de pié y mucho menos levantar uno para moverse… La situación en este punto no era muy halagüeña, no existía instalación alguna para intentar el descenso asegurado (al contrario que indicaba la guía…esto no nos exime de culpa ya que pasamos de coger el material de equipación, ni un triste clavo. Como porteábamos tanto peso…) y la única posibilidad en nuestras circunstancias era saltar a una gigantesca oquedad situada a la izquierda orográfica del río pero de un acceso delicado por encontrarse a una altura complicada de superar si no dispones de agarres y apenas puedes coger impulso con una pequeña carrerilla. Lo único positivo es que podíamos ver una cuerda pasada por un bloque de piedra en el extremo de ese hueco aguas abajo, lo que nos hacía suponer que ese era el camino correcto. Así que el plan era el siguiente, Justo, como es el más delgado, intentaría el salto y una vez superado le pasaría nuestra mutilada cuerda, la fijaría y yo pasaría remontándome por ella… como nunca sale nada como lo planeas, sucedió lo peor que podía pasar, mi hermano no pudo asirse a nada después del salto y se lo llevó el agua a una velocidad desmedida y directo hacia un nuevo salto de agua del que no parecía que le iba a librar nadie. Para mi fortuna y sobretodo para la de él, la contracorriente de la zona de recepción previa al siguiente salto le alejo del borde y lo dejó en una zona de aguas más tranquilas al otro lado del cabrón chorro (derecha orográfica), lo que le impedía cruzar hacía la oquedad donde se hallaba la instalación de rápel salvadora. Sin más tardanza le suelto un cabo de la cuerda y con nada a la que anclarla de forma natural, la fijo a mi cuerpo y me afianzo lo mejor posible, le pego un grito para que pase al otro lado ayudándose de ésta y procede a ello mientras aguanto los tirones con la mejor cara posible. Ya en el otro lado del chorro trepa hacia la enorme oquedad ya aislado del agua y con la cara visiblemente más animada se dirige hacia la cuerda que rodea el bloque de piedra de la siguiente instalación donde coloca la cuerda asegurando mi bajada con el descensor. Me meto en el meollo del asunto y de inmediato la corriente me lanza aguas abajo cual escupitajo a presión, la diferencia es que voy agarrado como una lapa y llego a la parte inferior indemne y habiendo disfrutado el improvisado tobogán. ¡Que poco duran los momentos chungos cuando haces lo que te gusta! Nos volvemos a juntar y después de comentar la jugadita, más bien jugarreta…continuamos camino. Medio destrepamos-rapelamos desde el bloque de marras, unos seis u ocho metros y todavía sin tocar agua comprobamos que de haber caído por la cascada anterior el resultado hubiera sido bastante desagradable. Nuestro siguiente e inmediato obstáculo es una ruidosa cascada de la que nos es imposible averiguar la altura de caída debido a la potencia de la corriente que impide asomarse. Solo se intuye una recepción de buen tamaño y donde parece haber bastante profundidad. Por otro lado la instalación para poner la cuerda se encuentra completamente inservible seguramente debido a las crecidas primaverales, así que buscamos por todos lados un sitio para poner la cuerda que nos permita bajar con seguridad y a la vez poder recogerla posteriormente con facilidad. Para variar no encontramos nada de nada siguiendo la tónica del día, así que valoramos la posibilidad de hacer una especie de salto-tobogán. Sin dudarlo un segundo y no dar tiempo a las dudas, dejo a mi hermano con la palabra en la boca y me lanzo a lo desconocido. Nada más tomar contacto con el agua esta me lleva en volandas sobre un suave tobogán hasta soltarme en un pequeño salto, la energía en este punto es tal que me sumerge durante un rato mientras me hacen un centrifugado de campeonato, no siento miedo por que enseguida la corriente interna del rebufo me saca a zonas más calmas. La sensación es de euforia total y le grito a Justo que se lance que es una pasada. En menos de cinco segundos tengo al oveya pegado a mí y con la misma cara de flipao que yo. Avanzamos ahora con bastante rapidez cruzando largas y profundas badinas dejando que la corriente nos lleve, el agua está bastante fría pero la adrenalina soltada hasta ahora y la mirada constante a posibles obstáculos minimizan esa sensación. Pasados estos minutos de tranquilidad notamos como la velocidad se incrementa sensiblemente, avisándonos de la presencia de un nuevo problema el cual observamos desde una zona resguardada del ímpetu del río. Se trata de una cascada de unos diez metros de desnivel, poco vertical pero con una corriente imposible de superar, por supuesto no hay instalación pero de todas formas decidimos destrepar desde el punto en que nos encontramos evitando la vena principal. Una vez superada la recepción de esta cascada retomamos a aguas más tranquilas y profundas de nuevo. Sabemos que no falta mucho para terminar y disfrutamos del paisaje en toda su gloria, paredes altísimas y pasillos estrechos se conjugan para darnos una sensación de lejanía respecto a todo y de sobrecogimiento ante la colosal fuerza del agua, capaz de atravesar y tallar ese macizo rocoso como si fuera plastilina. Así de entusiasmados alcanzamos la cabecera de una cascada preciosa, casi no se ve el cielo y las paredes de roca parece que nos envuelven con sus formas ahuecadas por la erosión. Por una vez tenemos suerte y uniendo la cuerda cortada y el cordino auxiliar llegamos al fondo del salto sin ningún contratiempo. Desde allí observamos asombrados como en una gravera situada en uno de los márgenes desaparece una buena parte del caudal que lleva el río para aparecer, otra vez con, fuerza unas decenas de metros más adelante. Seguimos maravillados con el salvaje paisaje que nos brinda el Sella a través de unas badinas ya sin dificultad alguna, más que la de dejarte llevar por la continua corriente hasta toparnos de morros con el último rápel de la mañana. Éste tiene un acceso delicado, flanqueando una lisa y mojada llambria que nos deja en otra antigualla de instalación, pero por lo menos consigue alejar el tiro de la cuerda del tremendo rebufo que observamos unos nueve metros más abajo en un estrechísimo pasillo. Una vez superada la última dificultad del día solo nos resta unos centenares de metros por estrechas y bellas badinas, donde los comentarios empiezan a centrarse en uno de nuestros temas favoritos… el jale y más jale. Poco a poco las aguas nos van dejando, famélicos eso sí, en una zona más abierta donde domina el bosque sobre la roca y ya metidos en aguas poco profundas. En cuestión de minutos nos encontramos con un pedrero de bastante pendiente a la orilla derecha que nos deja a pié de carretera en menos de diez minutos.

Ahora solo queda saborear la aventura, nos abrazamos y saltamos locos de alegría por superar un nuevo reto, ya de por sí difícil, condimentado por nuestros errores y nuestra mala pata. Cabe decir que por posteriores visitas a la zona, creemos que el caudal de bajada estuvo en el límite o muy cerca de tal, de estar impracticable.

Ángel Madrera