
En aquella época apenas disponíamos de información cuevil, Cueva Huerta, algo por el Aramo y poco más, aunque tampoco nos importaba demasiado, ya que estábamos metidos de lleno en la escalada y el descenso de barrancos como para que nos inquietara mucho esta carencia. Tiempo después, no sé cuanto que mi memoria a largo plazo está de viaje y la de corto… bueno, nunca tuve el placer de conocerla, apareció mi hermano todo eufórico, con la noticia de una sima virgen en un pequeño pueblo de Belmonte (Ondes). Un compañero suyo de trabajo, Faru, le comentó la existencia de un famoso y legendario pozo, el Pozo La Cogolla, el típico agujero con pastorina defenestrada dentro y repleto de oro de los franceses. El caso es que teníamos algo entre manos lo suficientemente interesante como para no dejar pasar la ocasión de hacerle una visita de cortesía.
La localización y un tanteo inicial se lo comió Justo apoyado por Faru. Yo no recuerdo donde andaba ese día pero en cuanto me enteré del potencial aunamos fuerzas para conquistar sus tesoros.
Algunos fines de semana después nos presentamos en el pueblo todo gallitos
“tiras una piedra y piérdese el sonido oh”, así que desplegamos una cuerda de escalada de once milímetros de grosor y setenta y cinco metros de larga… ¡Ahí los valientes!, sacamos el resto de material y nos dispusimos a montar el tinglao para el descenso. Voy a hacer un inciso para sacar a colación el tema de la ignorancia, y no lo pongo en mayúsculas, porque me da vergüenza. El material, así como las técnicas usadas para hacer espeleo difieren en muchos aspectos de la escalada, como comprobaríamos horas después al remontar por las cuerdas. Las cuerdas de escalada tienen cierta elasticidad para absorber las posibles caídas mientras que las estáticas empleadas en espeleo son más rígidas y no chiclean, por lo que para subir un metro de altura no es necesario dar 600 pedaladas… imaginad ahora una tirada de 50 metros volados subiendo por una goma…(¿Chungo verdad?) pero ya, ya llegaremos a eso. Asimismo, los aparatos específicos de ascensión por cuerda son esenciales, facilitan la progresión y evitan inútiles gastos de energía que por otro lado si producen los nudos de fortuna sobre la cuerda (y que tienen la puñetera manía de ajustarse durante estas monótonas maniobras hasta hacerte sudar sangre por cada centímetro ganado al pozo). En nuestro descargo diré que porteábamos algunas cuerdas estáticas, pero de menor metraje, y una moral a prueba de bombas.
Volviendo al tema, ahí estábamos nosotros, alegres, optimistas y confiados en la buena forma física que traíamos de las alturas, montando con gran celo la instalación para el primer resalte. Comenzamos la bajada y en breve lapso de tiempo el óvalo luminoso de la entrada fue alejándose más y más…… y más,

Descendimos hasta el final de esta primera sala y trepamos un pequeño muro que da pie a un volado pasillo. En el otro extremo, a unos 8/9 metros, parecía desfondarse un nuevo pozo, así que para alcanzar la cabecera de éste en condiciones, instalamos un pasamanos que nos permitiría cruzar asegurados el estrecho pasillo. Tuvimos que quitar un montón de arcilla de las paredes para alcanzar el sustrato fresco y poder meter dos anclajes fijos para esta tirada horizontal, lo que nos supuso un buen rato jugando a los topos. Momentos después superamos sin mayor problema este endeble paso y afrontamos el siguiente escoyo, un incómodo pozo por el que descendió Justo en primera instancia, con una cuerda de 20 metros, hasta alcanzar un cambio de dirección, donde tuvo que realizar un fraccionamiento. Sobre un anclaje natural fijó otra cuerda, liberó la anterior y me dio luz verde para empezar a bajar hasta donde él se encontraba. La mala fortuna se cebó con nosotros y la precaria pared de barro por la que tenía que pasar me la jugó soltando un respetable mogote de arcilla que, como no, fue a parar a la espalda del compi. ¡Menudo bombazo!, en cuanto nos reunimos me dijo que se le habían nublado los ojos y todo. Con el susto ya pasado, tomé el relevo y me tiré abajo otros 20 metros hasta terminar la cuerda, por lo que tuve que empalmar otra de 10 metros para poder llegar al final, en una pequeña sala más liberada del inmundo barro y atestada de cientos de caracolas por todos lados. Allí tirados, echamos un pito y descansamos un rato sopesando las opciones que se nos ofrecían a la vista. Un laminador muy estrecho parecía prolongarse en una dirección desconocida (no llevábamos brújula) pero era del todo imposible forzarlo dada su estrechez. En el lado opuesto, localizamos una ventana a unos tres metros por encima de nosotros. Desde allí se veía factible la continuación a través de una gatera cuyo desarrollo se perdía bruscamente, lo que nos imposibilitó una completa valoración. Para acceder a ella hubiéramos necesitado emplear técnicas de escalada artificial, algo totalmente irrealizable en ese momento por falta de anclajes y dada la carencia de buenos asideros en la pared. Una vez revisadas todas las po

Una vez recuperadas las energías, lo mínimo para caminar, regresamos al pueblo, casi de noche cerrada y comentamos los descubrimientos con los lugareños (impacientes por saber del oro gabacho) antes de pirarnos a por una más que merecida ducha. Desde aquel día decidimos divorciarnos de la ignorancia, cuando de estos menesteres se trata, aunque mantenemos una estrecha relación el resto del tiempo, no vaya a ser que nos descubran pensando.
Pero ¡Ostras!, que se me va la pinza… Bueno chicos, os dejo, que me empiezo a enfriar y todavía quedan veinte metros para llegar arriba… hala, una pedalada por mamá, ésta por papá, otra por una birra, venga, otra por más birra, una por…
_“¿Qué pasa contigo tortuga, tas a gusto ahí abajo eh?, pobritín, dormiste poco esta noche eh borracheres…
¡Venga, mueve el culo que me muero de fame, y deja de dar la chapa, que ni debajo el agua”!
_”Yaaa vooooy cari… y no me presiones, so bruto, que me inhibes”.
ANGEL GARCIA MADRERA
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