31 de octubre de 2008

LAS CASCADAS DEL XIBLO

Media vida sabiendo de ellas, pasando cerca o viéndolas de lejos, pero hasta fechas muy recientes no empezamos a sentir la “llamada”. Esa que se activa en un momento de descuido, tras un trago de cerveza y se propaga como la pólvora hasta transformarse en una necesidad imperiosa. Aquel inspirador día empezamos a desarrollar la estrategia para este nuevo reto. En principio solo teníamos constancia de una cascada enorme, de 70 ó 90 metros según diversas fuentes, por lo que creíamos iba a ser una tranquila jornada disfrutando del monte y, de regalo, montar un par de rápeles sobre una lengua de agua. Sabíamos también que este salto de agua ya estaba abierto hace más de quince años por lo que a primera vista dedujimos dos cosas: no íbamos a ser los primeros y la equipación dataría del Neolítico inferior. Con estos antecedentes concretamos rápidamente el tema material (dos cuerdas de 50, una de veinte y una de 10, además de cintajos, cordinos y cacharrería metálica típica al uso). Para el acceso tuvimos alguna duda más, pensando en tirar desde la Focella o buscar una alternativa desde las cercanías a la base de las cascadas, donde llega una pista proveniente de la carretera que sube al Puerto Ventana. Esta pista fue explorada por Justo con la moto para una mejor comprobación del terreno, llegando a la conclusión de poder transitar hasta su finalización con todo terreno. Luego, caminando hasta la base de la que sería la última cascada creyó posible una remontada monte a través para cortar el camino que, desde la Focella, desemboca en la Braña de Las Navariegas y nos dejaría en la cabecera del supuesto resalte. Este “atajo” nos evitaría, por un lado, un buen rodeo hasta dar con el camino de marras desde el final de la pista y por otra parte, empezar la ruta en el mismo pueblo.

Una vez perfilado el plan, marcamos un primer intento para el día 22 de Junio, y digo intento, porque no llegamos a ni a oler el agua. El caso es que la remontada por el monte hasta empatar con el camino oficial se convirtió en una penosa subida por un inestable canchal, para luego terminar trepando por una canal-chimenea bastante verticalilla y exigente que nos dejó bien calentitos. De lo malo, las vistas eran privilegiadas y pudimos constatar ya, la presencia de al menos tres cascadas de importantes dimensiones… ¡Adiós a la relajada jornada dominical! Durante uno de los breves descansos que nos concedió la puñetera pared rocosa y mientras disfrutábamos de esas vistas, nos dimos cuenta de que ese día no iba a ser propicio para el descenso. La cabecera de una de las cascadas observadas soltaba agua a borbotones irregulares, como si la acumulara y en determinado momento fuera evacuada con fuerza al exterior. Esto nos dio que pensar acerca del caudal, para encima, tanto Justo como yo tuvimos sueños agitados esa noche relacionados con crecidas de agua, ¡Vaya coincidencias!, ¿Sería una advertencia del destino?, ¿Visiones premonitorias? ¿Íbamos a morir sin descendencia (y con eso me ciño al tema del relato y no a lo de la paternidad)? De cualquier forma y a una indicación de nuestros esfínteres, optamos por abandonar todas nuestras ansias de cañón y decidimos continuar hacia la parte alta del río, para valorarlo en toda su envergadura y posponer el descenso en otra fecha donde la cantidad de agua fuera más asequible a una primera toma de contacto.

Terminamos de superar la barrera rocosa y por fin damos con el camino principal, nuestro verdadero objetivo desde que empezó el día. En pocos minutos nos adentramos en una hermosa viesca de la que disfrutamos durante un breve trecho aunque nos impida la visión del arroyo que burbujea por debajo. Son unos cientos de metros hasta que camino y torrente se unen señalando la referencia de entrada al agua. Con la miel en los labios, no nos queda más remedio que volver sobre nuestros pasos y como nos sobraba mucho tiempo, continuamos por el camino, evitando tener que destrepar por la canal-chimenea y así de paso comprobar como sería el acceso de esta manera. Resultó un paseo muy grato. Un camino, empedrado en ocasiones, pero muy bien marcado, te adentra en una zona boscosa donde solo te falta sorprender a un Trasgu o a un Duende en cualquier recodo. De forma gradual, el bosque da paso a pastizales y cabañas parcialmente abandonados y en poco tiempo topamos de bruces con un cruce de caminos, de modo que o sigues hacia el Norte en dirección a la Focella o tomas el desvío que sale por la derecha, en un giro de 180º, retornando hacia el bosque que quedó atrás y donde nos espera el coche después de unos veinte minutos de ligero pateo.

Esta primera incursión sirvió para darnos cuenta de que la empresa iba a ser un poco más intensa y que gracias a la variante de retorno empleada, aclararnos el camino de subida.

Volvimos al ataque casi un mes después. Con el tiempo más estabilizado calculamos que el arroyo no estaría muy cargado con lo que las expectativas de embarque disminuirían en gran porcentaje. Con la moral alta y conocedores del camino de acceso, nos plantamos en una hora y cuarto en el punto de entrada al río. Nos cambiamos, preparamos el material y después de hidratarnos un poco (si señores, esta vez sí, llevábamos agua y barritas energéticas…. ¡Oooolé!) comenzamos la partida.

En el inicio van sucediéndose resaltes de poca envergadura que se solucionan a base de destrepes más o menos comprometidos o anclando alguna cuerda a los numerosos árboles que acompañan nuestro divagar por esta parte del río. También disfrutamos de algunos toboganes que amenizan aún más, si cabe, este tramo superior mientras nos acercamos paulatinamente hacia la potente capa cuarcítica, donde la brega se intensificará acorde al nivel de los obstáculos. La explicación a esto radica en la naturaleza de los materiales por los que discurre el torrente. El arroyo Carbacedo en el que nos andábamos metidos, nace en una pequeña cuenca receptora de las aguas provenientes de la Sierra del mismo nombre (que en esa zona hace de límite Este de la braña La Mesa, sobre un sustrato impermeable (pizarras y areniscas ferruginosas). Aquí, la infiltración del agua es prácticamente inexistente y casi todo lo que entra busca su camino hacia la vertiente tevergana. En su devenir, las aguas canalizadas topetan con la potente banda cuarcítica, más dura y difícil de horadar, pero, con la traza ya marcada y a falta de materiales más blandos por los que buscar una salida, al agua no le queda más remedio que atravesar este macizo. Intercalaciones pizarrosas en la formación cuarcítica, pequeños pliegues y fallas de poca envergadura generan las importantes cascadas con las que tuvimos que lidiar.

Ya encarados con el primer resalte de importancia localizamos los vestigios de los primeros equipadores, dos clavos ferruñosos que hablan de épocas ye-ye (¿Neoprenos de pata de elefante?) y en él que únicamente cambiamos el cordino, y es que cuando nos sale la vena ratilla lo aprovechamos todo… en fin, que le vamos a hacer, somos fieles devotos a la virgen del Puño Cerrao. Quince metros por debajo, enlazamos con otra cascada cuya instalación se encuentra en un árbol situado a la izquierda orográfica, de manera que se evita el tiro del agua (ésta de 12 metros. Progresamos rápidamente por un tramo que solo presenta un pequeño resalte, destrepable y un tobogán de tres metros. A partir de aquí comienzan las negociaciones duras. Asomamos a una marmita colgada sobre un abismo, que desde esa posición nos pareció tratarse de la cascada más grande del conjunto…. ¡Ah, ilusos!

Buscamos la mejor manera de acceder a la cabecera pero la cosa pinta fea puesto que el acceso tiene forma de tobogán y, aunque presenta una zona protegida a la izquierda, el destrepe puede acabar en un salto de 26 metros… Como no nos molan los dentistas, salimos del cauce por la parte izquierda y subimos unos metros hasta localizar un arbolito de confianza y bien situado, donde instalar una cuerda y acceder a la marmita en condiciones. Ponemos una cuerda de diez metros, que a la postre sería el anclaje principal del cual rapelaríamos toda la cascada y nos acomodamos en la repisa de marras. Elucubramos la mejor forma de equipar la cascada y siguiendo la tendencia de los cuerpos a la mínima energía y tras haber jodido uno de los espitadores caseros que llevábamos, aprovechamos los diez metros para anclar en su extremo otra cuerda y usar aquel arbolito como seguro de vida. Disfrutamos de una bajada preciosa sobre un gran circo que nos recibe con los helechos abiertos. Es increíble la explosión de vida, sobretodo vegetal, de la que somos favorecidos espectadores. Vimos helechos que probablemente apenas han evolucionado desde el Terciario, centenares de especies de plantas en un espacio reducidísimo… más parecía que nos encontrábamos en el trópico que en el hemisferio Norte. Con el chute clorofílico inundando las retinas, retomamos la acuática senda en un giro de prácticamente 90º a la izquierda, siguiendo los planos de estratificación entre dos potentes capas cuarcíticas, a causa de lo cual el arroyo se encaja durante un corto trayecto. Pasado éste se vuelve a producir un brusco giro a la derecha y las aguas se precipitan con fuerza hacia otra alborotadora cascada. De nuevo pasamos de usar las mazas y nos inclinamos a buscar árboles (como los monos), también en el margen izquierdo y ya de paso intentar observar lo que nos esperaba por abajo. Desde esa zona montamos un rápel de 26 metros que atraviesa el cauce hasta llegar a una gran repisa inclinada desde donde se aprecia un nuevo salto de agua y esta vez, sin miedo a equivocarnos, nos dimos cuenta que se trataba de la gran cascada. Antes de soltarnos de la cuerda, guiamos el descenso hacia la parte derecha, para anclarnos a un pasamanos equipado con clavos. Gracias a él, puedes situarte en la parte menos expuesta al agua de esa gran repisa que conforma la cabecera de este enorme desnivel. Paladeamos el improvisado mirador con unas vistas sobrecogedoras. En primer plano, una ancha lámina de agua desaparece a nuestros pies como por arte de magia y al levantar un poco la mirada se emplasta sobre ella el magnifico bosque tevergano, un tupido manto verde sobre el que se destaca la potente Sierra de la Sobia con sus agrestes y coloridas paredes custodiando el solariego pueblo de Villa del Sub.

El pasamanos desemboca en el borde del salto de agua y consideramos que la instalación, pese a llevar mucho tiempo a la intemperie, está en condiciones de uso para asegurar la bajada desde allí. La duda era sí uniendo las dos cuerdas de 50 que portábamos serían suficientes para salvar el desnivel o por el contrario deberíamos fraccionar en algún punto intermedio. Así que como dicen; “despacio y con buena letra” acometemos este gran rápel. El tiro de la cuerda, de mano, es limpio y evita por la parte derecha la mayor concentración de agua, lo que nos permite observar los pasos que vamos dando y las opciones que ofrece la cascada en caso de instalar una nueva reunión. Casi a mitad de descenso localizamos unos anclajes en una ruptura de la pendiente. Presentan un estado lamentable con una gran porción de agua cayendo sobre ellos, por lo que desistimos de pararnos allí y continuamos a bingo. Por fin nuestra curiosidad se ve satisfecha al salir de esa repisa y ver como los cabos de las cuerdas cuelgan a dos metros por encima de la marmita de recepción, sobre unos bancos de roca por donde podemos destrepar sin ningún problema. Somos conscientes de que falta muy poco para finalizar nuestra aventura y paramos un momento para disfrutar del enorme espectáculo. Muy animados y revitalizados por lo bien que se nos está dando el cañón y por la belleza de éste, enfilamos hacia la última cascada y final de trayecto. Son 30 metros (desde un árbol situado a la izquierda) sobre una rampa cubierta de agua y verde que plácidamente nos deja al comienzo de una senda que, partiendo desde la izquierda (hoy va todo de izquierdas) y en paralelo al torrente, nos lleva hasta el coche en menos de 20 minutos.

En resumen, el cañón consta de nueve rápeles, para totalizar unos trescientos metros de desnivel en ochocientos de longitud. Es de carácter abierto, de respuesta rápida en caso de fuertes precipitaciones (debido a su cuenca impermeable) y bastante técnico, por lo que nuestra intención es retornar para reequiparlo de forma que se pueda realizar el descenso con un mayor caudal y darle mayor brío ahora que ya lo conocemos. Un magnífico Domingo, sin duda.

ANGEL GARCÍA MADRERA

13 de octubre de 2008

LA SIMA DE CASTAÑEO

Hace ahora casi un año, nos encontrábamos (para variar, mi hermano Justo y el menda) inmersos en una búsqueda sistemática de simas por todo el centro de la región. Cualquier mínimo afloramiento de caliza sospechoso de tener agujeros aptos para consumo… por supuesto espeleológico, era y es digno de nuestra atención. De esta labor prospectiva fueron surgiendo diferentes y variados pozos bastante interesantes y algunos de ellos con maravillosas perspectivas de continuación. La principal baza para dar con estos pozos, porque la verdad que, alejados de las grandes zonas montañosas como son Picos de Europa y las Ubiñas localizar una cueva o sima es como encontrarse la minga en invierno, son por una parte la suerte, con una fiabilidad muy baja y por otro lado y sobretodo los paisanos de los pueblos. En este matiz radica uno de los momentos más disfrutones de cualquier exploración. Ver como pasan del recelo, de la mirada torcida como preguntándose “que carajo de cueva ni cueva vais a buscar vosotros dos, gañanes”, a comer en su casa e incluso dejárnosla para ir con las churris a pasar la navidad, es cuanto menos sorprendente y desde luego grato y divertido. De hecho siempre estamos al tanto, en cada incursión subterránea, de toparnos con el “oro de los franceses” o con el cadáver de la pastorina, que cayó hace muchos años y del que solo se localizó el collar de cuentas o bien sus pendientes en una fuente del pueblo de más abajo, etc, etc… Eso sí, de las toneladas de barro que en múltiples ocasiones llevamos pegado no se quieren hacer cargo con el mismo afán como del oro. Incluso en una ocasión dos tipos de un pueblo de Belmonte, con cara de mala ostia nos advirtieron de que “el oro que encontrásemos allí abajo era del pueblo…”

En el caso que nos ocupa y durante un lluvioso sábado, decidimos pasarnos por Castañeo del Monte a tomar un vasín y ya puestos, preguntar a alguno de los vecinos por el inframundo. En esta zona, la única posibilidad de encontrarte con una cueva se halla en una pequeña sierra caliza (Las Garradas) situada a los pies del pueblo y que hace de límite Occidental en el valle del Trubia durante un corto trecho. Logramos dar con la sima gracias a la ayuda del hijo de Samuel (dueño del bar del pueblo), que tiene cabras en la zona y que tuvo la amabilidad de mostrarnos la entrada aprovechando que iba a subirles la comida a los perros que las vigilaban. Ya de camino nos enseñó también un pequeño pozo de 30 m por el que se había caído un chaval del pueblo unos años antes con consecuencias dramáticas para él.

Después de una subidita de casi media hora, alcanzamos un collado en la zona más al norte de la cuerda rocosa y tras pasar un buen rato escudriñando en el margen oriental del mismo, hallamos el agujero en medio de una zona de pasto. Esa es la palabra justa… agujero, y de entrada, de los de sudar la gota gorda para meterse en él. Además tuvimos que desobstruir el acceso quitando unos grandes bloques que se habían puesto ahí para evitar que los animales de la zona rompiesen una pata, porque desde luego, lo que se dice caer adentro estaba un poco difícil, vaya, si no eres un topillo…

Una vez acomodados en el interior reaseguramos la instalación de la entrada con una seta de roca en una minirepisa, desde la cual empieza la primera tirada de cuerda. Una vez comienzas la bajada el cambio es total en cuanto a dimensiones se refiere, así mientras descendemos al pozo, las paredes se van alejando de nosotros, dando fe de la enorme paciencia del agua para disolver y mover toneladas de material, dejando este enorme y profundo abismo como resultado. Decenas de metros más abajo nos aparece un pequeño embudo, el cual debes superar apretándote bien, empleando la famosa técnica “sandwich de jabalí”. En este punto hubiera sido conveniente fraccionar el pozo con una nueva instalación, pero como vimos que el tiro de la cuerda era bastante limpio y no se apreciaban rozamientos importantes decidimos seguir hasta el final del mismo en una modesta repisa cubierta de barro y bloques caídos de las zonas superiores. Inmediatamente observamos el siguiente pozo, de longitud variable según optemos por seguirlo o abandonarlo (a los diecisiete metros aproximadamente) por una rampa descendente repleta de enormes rocas, coladas y barro… mucho barro (pa nuestro regocijo) hasta una pequeña sala de altísimo techo, algo más limpia y donde podemos disfrutar de algunas típicas formaciones carbonatadas. Después de un pequeño descanso, descendemos por unos resaltes bastantes verticales ayudándonos con una cuerda por seguridad. Ya a la vuelta pudimos evitar el uso de ésta para remontarlos, dada la cantidad de buenos agarres observados a la bajada. Hacia la parte baja de este resalte las paredes vuelven a estrecharse y la progresión se hace bastante incómoda, por barro, hasta alcanzar la cabecera de un pequeño y estrecho pozo (10 m), que sigue una marcada diaclasa de la formación caliza en un giro de 90º hacia el Norte. En esta cabecera confluyen el segundo pozo, que habíamos abandonado en la sala descrita anteriormente con el sistema principal que vamos siguiendo.

Con dos toneladas y media de barro a cuestas, el corto y estrecho pasillo situado en la base de este pocillo nos deja en la parte alta del último pozo, desfondado unos 45 m en un volado impresionante no solo por la envergadura de alguna de las salas que cruzas sino por la vista de una gran colada de color blanco purísimo casi al final del mismo. Llegamos así al término de este modesto sistema cuya sala terminal, de reducidísimas dimensiones, se haya plagada de estalactitas que presentan unas coronas carbonatadas horizontales bordeando los extremos basales de estas estructuras, como si las estalactitas estuvieran en clase de danza clásica y llevarán puesto el tutú. Esta curiosidad nos indica una antigua acumulación de agua hasta ese nivel, entrampada y de poca duración.

A partir de aquí queda lo más “divertido” de la exploración espeleológica, remontar los puñeteros pozos, recuperar el material cargándolo a cuestas y llenarte de barro (más si cabe) hasta las cejas. Un par de horas después de iniciar el retorno, avistamos por fin las anheladas luces del día. Solo queda quitarse todo el material, fozar como un jabalí para salir de la ratonera y rogar a al cielo por una birra… bueno y algo pa comer. Para llevar a cabo semejante acción toca sablear a la “mamma” (que por divinos azares, vive muy cerca), ducharse y escapar antes de que se de cuenta de que le dejamos las toallas echas una mierda… Total, iba a reñirnos igual, jeje.

Como datos más técnicos, decir que este sistema presenta un desnivel de entre 140 y 150 m de profundidad sin apenas continuidad lateral, desarrollándose sobre unas calizas masivas de época carbonífera (Formación Caliza de Montaña, cuyo origen se remonta a hace 300 millones de años). La boca de entrada se encuentra localizada en lo alto de la sierra, sobre un pequeño rellano en el margen oriental y colgado a gran altura sobre el río Trubia. Esta característica morfológica pudo ser determinante para explicar la génesis de la sima. La potencia de la cobertera vegetal en esta zona sería sensiblemente menos importante miles de años atrás, por lo cual el rellano mencionado antes se trataría de una cubeta o pseudodolina, donde la retención del agua (por supuesto debida a las precipitaciones, dada su situación en cotas altas) sería más importante así como el tiempo necesario para atacar, disolver y erosionar las partes más débiles del sustrato rocoso e infiltrarse en él.

La evolución en profundidad queda ya en manos de las discontinuidades de la propia roca y de los aportes de agua; Superficies de estratificación, diaclasas, intercalaciones de otros materiales más débiles, la heterogeneidad en la composición mineralógica de la propia roca, etc, etc, condicionarían la ruta a seguir por el agua en el trayecto de salida al exterior atraída por la fuerza de la gravedad y por tanto la morfología y las formaciones presentes en la sima.

Por otro lado, es más que probable la presencia de un antiguo flujo de agua ya en el interior de la sima. Esto queda reflejado por la colada blanca observada en la bajada al último pozo. Según la dirección del curso de agua que generó esta formación (proveniente del Norte aproximadamente), el origen probable de estos aportes estaría en la infiltración a través de una enorme fractura (falla geológica con una orientación NW/SE) que corta la parte más septentrional de la banda caliza desde la zona de la Sierra de Buanga. Esta estructura favorecería la captación y el movimiento de agua a su través, pudiendo perderse parte del caudal movido al atravesar la sierra caliza y derivarlo hacia la sima. Actualmente se trata de un sistema fósil, donde ya no circula el agua por lo que las posibilidades de continuación (a base de desobstrucciones sin duda) son prácticamente nulas.

ANGEL GARCÍA MADRERA